18 febrero 2010

Nueva York desde el gueto judío





Héctor J. Porto

La Voz de Galicia
Culturas
Sábado, 13 de febrero del 2010

Con un marcado carácter autobiográfico, el viaje en el tiempo que emprende Alfred Kazin (Brooklyn, 1915-Nueva York, 1998) a los años de su infancia y adolescencia en Un paseante en Nueva York no es solo un intento de recuperar el paraíso perdido de la inocencia propia sino también un ejercicio de reconstrucción de una ciudad que ya no existe, que en buena medidad ha desaparecido, la de la gran crisis, la de las décadas de los años veinte y treinta. Su regreso a Bronswille tras los pasos del gueto judío de Brooklyn -cuando se publicó el libro, en 1951, ya empezaban a ocupar la zona los afroamericanos- devuelve un retrato de Nueva York poco conocido, el de la pobreza, la inmigración del este europeo, las tienduchas, las cocheras, los obreros, las conversaciones ruidosas en la calle y los olores fuertes de los alimentos, de las cocinas, de la miseria.
Son orígenes humildes de la rutilante metrópoli estadounidense, cuando su dimensión era de algún modo familiar, como aquellos Nueva York que inmortalizaron grandes cronistas como Joseph Mitchell, E.B. White, Brendan Brehan o incluso Julio Camba. Salvo que Kazin, descendiente de familia ruso-judía, nos trae una pequeña porción muy concreta de la trastienda de la capital: donde pervivía con enorme fuerza la lengua yiddish, la cultura hebrea, donde los gentiles eran otro mundo, lejano y de evocaciones imprecisas, el mundo que aspiraban alcanzar todos los que querían dejar atrás la vida del gueto, tener éxito, mejorar.
Y Kazin triunfó, vaya si lo hizo. Llegó a ser una figura destacada en la comunidad intelectual neoyorquina, un crítico literario reputadísimo y un notable escritor que dejó algunos brillantes textos literarios como esta inmersión nostálgica, exquisitamente respetuosa con la dignidad de su origen familiar humilde, con las penalidades cotidianas de la clase obrera. En fin, un libro hermosísimo, una aventura para el buen lector.


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