Orgía simbolista policroma: Colores de Remy de Gourmont y Odilon Redon
Es de agradecer que en medio de la crisis más que económica algunas editoriales decidan mojarse con obras que superan la calidad media, como si con su apuesta quisieran decirnos que otro tipo de edición es posible. Las penurias monetarias han llevado al sector a una situación que en muchos casos se traduce, si bien durante este período han surgido sellos más que interesantes, en publicaciones donde, más que la magia del libro, se pretende vender un contenido textual desnudo. A veces el envoltorio, lo que da caché a la obra por belleza y cuidado en los detalles, está en su interior. Sucede en la joya que nos brinda Barataria, alhaja simbolista en la que un escritor de gran sensibilidad, Remy de Gourmont, se une a un pintor precursor, Odilon Redon, para hablarnos de personalidades, amor, hombres y mujeres.
Colores parte de una premisa y la cumple. La narrativa tendría que ser escrita como si de poesía se tratara. Así fue en Grecia y así tendría que ser en la contemporaneidad. Los motivos son simples. Cada frase ha de contener una fuerza que además del mensaje considere el encanto del verbo en grado superlativo para evitar nimiedades, rellenos que anulan virtudes. Gourmont nos regala 18 pigmentos que son los estados anímicos y sentimentales del alma humana. El escritor sufrió una enfermedad degenerativa que fue deformando sus facciones. Su obsesión por lo bello es comprensible, y en sus breves cuentos, delicias acompañadas por el pincel de Redon, aprehendemos las varias parcelas que configuran el amor y el palpitar. A veces no basta con un abrazo o un beso, cuenta más el después, la reacción de la amada tras los actos supremos, que pueden desvanecerse si las clavijas no se sitúan en el punto justo de cocción, que es la comprensión del otro, empatía que produce la unión de los parecidos en un magma indisoluble que en ocasiones se limita a una gozosa temporalidad.
Las historias de Colores son una Biblia abierta que incita a meditar más sobre los que nos rodean. Todos tendríamos que ser el juez que a partir de la lectura de unos ojos puede entender sin pestañear los entresijos de la joven acusada de envenenar a su dueña, verdes pupilas de vida y efemérides aun por ocurrir, futuros encerrados en partes corporales que admiramos pero no solemos tomar demasiado en serio. Dentro de nuestra sociedad impresionista se tiende a ir demasiado deprisa con las minucias significantes, cuadros reales que transmiten verdades desdeñadas por la aceleración. Gourmont da al todo un dramatismo propio de su época, exceso de la inquietud que en la segunda parte del libro, Antigüedades, adquiere trazos de anómala filosofía del espacio. Memorable es el fragmento dedicado a la Tour Saint Jacques, construcción pasada de moda que por eso mismo, a la vejez viruelas, es protegida por rejas que la preservan de la estupidez y la degradación. Otras piezas se sumergen en el surrealismo y plantean situaciones inverosímiles. Un hombre accede a una especie de reserva protegida donde conoce las exquisiteces de la mujer, un animal desconocido, una bestia sublime que lo descoloca y le hace comprender donde recae la soberanía estética. Pues si algo depara la lectura de Colores, y sus magníficas ilustraciones que merecerían otro artículo, es comprobar sin asombro, porque quien escribe es devoto, que la feminidad es un arma del deleite, y no sólo desde una perspectiva publicitaria, sino desde una totalidad eterna que se puede apreciar plenamente mediante rayos que iluminan el camino y lo hacen más transitable, digno y embelesador. Detalles.
Colores parte de una premisa y la cumple. La narrativa tendría que ser escrita como si de poesía se tratara. Así fue en Grecia y así tendría que ser en la contemporaneidad. Los motivos son simples. Cada frase ha de contener una fuerza que además del mensaje considere el encanto del verbo en grado superlativo para evitar nimiedades, rellenos que anulan virtudes. Gourmont nos regala 18 pigmentos que son los estados anímicos y sentimentales del alma humana. El escritor sufrió una enfermedad degenerativa que fue deformando sus facciones. Su obsesión por lo bello es comprensible, y en sus breves cuentos, delicias acompañadas por el pincel de Redon, aprehendemos las varias parcelas que configuran el amor y el palpitar. A veces no basta con un abrazo o un beso, cuenta más el después, la reacción de la amada tras los actos supremos, que pueden desvanecerse si las clavijas no se sitúan en el punto justo de cocción, que es la comprensión del otro, empatía que produce la unión de los parecidos en un magma indisoluble que en ocasiones se limita a una gozosa temporalidad.
Las historias de Colores son una Biblia abierta que incita a meditar más sobre los que nos rodean. Todos tendríamos que ser el juez que a partir de la lectura de unos ojos puede entender sin pestañear los entresijos de la joven acusada de envenenar a su dueña, verdes pupilas de vida y efemérides aun por ocurrir, futuros encerrados en partes corporales que admiramos pero no solemos tomar demasiado en serio. Dentro de nuestra sociedad impresionista se tiende a ir demasiado deprisa con las minucias significantes, cuadros reales que transmiten verdades desdeñadas por la aceleración. Gourmont da al todo un dramatismo propio de su época, exceso de la inquietud que en la segunda parte del libro, Antigüedades, adquiere trazos de anómala filosofía del espacio. Memorable es el fragmento dedicado a la Tour Saint Jacques, construcción pasada de moda que por eso mismo, a la vejez viruelas, es protegida por rejas que la preservan de la estupidez y la degradación. Otras piezas se sumergen en el surrealismo y plantean situaciones inverosímiles. Un hombre accede a una especie de reserva protegida donde conoce las exquisiteces de la mujer, un animal desconocido, una bestia sublime que lo descoloca y le hace comprender donde recae la soberanía estética. Pues si algo depara la lectura de Colores, y sus magníficas ilustraciones que merecerían otro artículo, es comprobar sin asombro, porque quien escribe es devoto, que la feminidad es un arma del deleite, y no sólo desde una perspectiva publicitaria, sino desde una totalidad eterna que se puede apreciar plenamente mediante rayos que iluminan el camino y lo hacen más transitable, digno y embelesador. Detalles.
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