
Fernando Sánchez Pintado ambienta su nueva novela en la antigua prisión palentina, donde estuvo preso en 1973.
Durante varios meses de 1941, en los primeros años de la dictadura, permaneció encarcelado en la antigua Prisión Provincial de Palencia el célebre poeta Miguel Hernández, a quien se le había conmutado la condena a pena de muerte por la de treinta años de cárcel. Su delito fue apoyar a la República en contra del Ejército nacional. Si esto ocurrió en los albores del anterior régimen, en su agonía se repitió la historia. Durante unos ochos meses de 1973 fue encarcelado en el penal palentino un joven anarquista que había luchado contra la dictadura. Vino de la cárcel de Ocaña -Miguel Hernández fue trasladado desde Palencia a ese mismo centro-, y tuvo que abandonar Palencia porque aquí contrajo la tuberculosis, por lo que fue derivado al Hospital Penitenciario de Madrid, desde donde ya salió en libertad una vez que se curó.
Ese joven anarquista es en la actualidad asesor del Ministerio de Interior y antes había sido, entre 1989 y 1992, subdirector de Personal de Instituciones Penitenciarias, y en sus ratos libres se dedica a escribir novelas. La última se titula 'Perfomance' y está ambientada en parte en la cárcel de Palencia. Se llama Fernando Sánchez Pintado. Los recuerdos de su estancia en el desaparecido penal le han permitido ubicar allí uno de los escenario de una trama en la que, como él asegura, aborda «un mundo de encierros, que por un lado es el de el interior de las cárceles y por otra el del exterior, de los que gestionan estos centros desde el punto de vista de la organización, es decir del poder, que aparentemente está muy alejado del primero, pero que no deja de ses otro encierro».
La novela parte de la doble experiencia personal de vivir las cárceles como preso -entre 1968 y 1973 en diferentes penales- y como directivo en varios puestos de Instituciones Penitenciarias. De esta época recuerda los cambios positivos que experimentaron las cárceles españolas. «En los años ochenta, la situación de los centros penitenciarios era muy mala desde el punto de vista de los edificios y de los medios. Entonces se hizo un gran esfuerzo para mejorarlas. Había mucha preocupación por mejorar las condiciones de vida de los presos», señala Fernando Sánchez Pintado.
La novela está escrita no desde el punto de vista de los presos, según su autor, sino de los funcionarios de prisiones, «porque entiendo que también están encerrados, como se constata en la obra». La novela, además de las oficinas centrales de Instituciones Penitenciarias, describe dos cárceles que él conoció, la de Palencia y la de Ocaña, ambas ya sustituidas por otras más amplias. «No he tenido un propósito de ser fiel a lo que eran los edificios físicamente. La de Ocaña la hago mucho más grande de lo que era en realidad en los años sesenta por razones narrativas, porque la cárcel de Palencia era muy pequeña, casi, casi era familiar. La ubicación de las escenas de 'Perfomance' sirve como elemento de referencia para reelaborar la historia, que tiene algo de ficción y por lo tanto no se atiene a las dimensiones o características de las prisiones», explica el novelista.
Fernando Sánchez Pintado vivió en Palencia sus últimos meses como recluso, por lo que tenía la libertad de salir a la calles por la mañana y por tarde, en una situación que hoy se denomina tercer grado, aunque entonces no existía como tal. De esta forma conoció la ciudad. En el texto aparecen el Cristo del Otero o el Salón, así como los árboles de la avenida de Valladolid, donde está ubicado el edificio que ahora se está rehabilitando como centro social y cultural. «Esas referencias están confiadas mucho a la memoria, son escenarios que evidentemente ya no están como cuando yo los conocí», señala el escritor. «Una narración no puede ser un reportaje ni unas memorias, pero las cárceles que conocí sí tienen que ver con las que describo en mi novela», agrega.
Impresionado
Hace dos o tres años, Sánchez Pintado, en una visita a Palencia, tuvo la oportunidad entrar al edificio ya cerrado y en espera entonces de su rehabilitación. «Un guardián muy amable me dejó entrar al interior y sentí pena de que se deteriorara. Sí pensé que podía ser utilizado para otros fines. El guardián me comentó entonces que pensaban hacer algo con el edificio. Me parece una excelente idea. Ver vacía la cárcel me dejó impresionado», agrega. Cuando se le recuerda al novelista que en la cárcel de Palencia también estuvo preso Miguel Hernández, rehusa las comparaciones. «Miguel Hernández como poeta es muchísimo mejor, y tuvo la desgracia de no sobrevivir», señala.
De sus estancias en la cárcel palentina, Sánchez Pintado recuerda como más traumático cuando enfermó de tuberculosis. «La cogí jugando al frontenis cuando tuve un vómito de sangre. Los presos jugaban mucho al frontón por las grandes paredes de ladrillo que tenían las cárceles. Las nuevas ya son diferentes, tienen otros medios, campos de deportes, gimnasios y otras actividades», señala. «Por lo demás, salvo situaciones muy extremas, como esa enfermedad, la vida dentro de la cárcel es un continuo vacío y un todo igual. Lo que termina quedando es esa continuidad. Lo único que se podía hacer era leer, estudiar o trabajar en un taller», rememora.
De la Palencia que él conoció en sus salidas, recuerda una «ciudad muy agradable y muy tranquila». «Entonces era más pequeña, no estaba la fábrica de coches de Renault. El recorrido de la avenida de Valladolid, donde estaba la cárcel, hasta el final de la Calle Mayor lo hacía todos los días cuatro veces. Tengo un recuerdo muy vivo de la ciudad. En la cárcel los espacios eran muy reducidos y monocromos, y salir a la calle, ver los colores y los árboles de la avenida de Valladolid era un choque de los que no se olvidan fácilmente», agrega.
Fernando Sánchez Pintado, pese a sus experiencias carcelarias, conserva de Palencia una imagen muy positiva. La ha visitado posteriormente en varias ocasiones, ha pernoctado incluso en ella, en hoteles, por supuesto, y cuando se le pregunta por las referencias actuales cita la Calle Mayor, la catedral y el restaurante Damián, «que es el de toda la vida», apostilla.
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