17 noviembre 2010

Molaría que Martín Adán fuera el poeta de moda


Verán ustedes: Esta mañana me ha sido imposible desayunar. Pero cuando he llegado a casa mi amadísima Elisa Calatrava había hecho paella. Se me ocurrió sacar una botella de vino y me la he bebido casi entera, con paella, luego con queso parmesano y luego con mermelada de arándanos. Todo mientras veíamos un par de capítulos de Luther, una teleserie de la BBC. He acabado más borracho de lo que mis responsabilidades me habrían de permitir y no he corregido ni un solo examen esta tarde. ¡Cosas que pasan cuando la cafetería del instituto no está abierta y uno no puede hacer sus comidas a sus horas!

En cambio, he pasado toda la tarde dormitando y leyendo. En los momentos que he podido mantener los ojos abiertos solamente había una opción posible: La casa de cartón, de Martín Adán. La casa de cartón ha sido el único lugar posible donde pasar la tarde, solo se podía estar en ese texto, cualquier otro código de la realidad era completamente fugaz e ininteligible para mí. Abocado a un estado crítico como el de una borrachera tontorrona, uno solo puede salir adelante apoyándose en la complicidad que pueda reunir con el mundo, uno tiene que acudir a las primeras vanguardias peruanas si es necesario para poder tirar de sí mismo y encontrar la plasticidad necesaria para modelar una tarde plausible y practicable.

Pero uno no se encuentra con Martín Adán todos los días. ¿De dónde sale este tipo? ¿Este no es de esa clase de poetas que la Historia de la Literatura procura ocultar? ¿Por qué mis alumnos siguen sin leer a Martín Adán y, sin embargo, se insiste en que celebremos el aniversario del nacimiento de Miguel Hernández? Todavía seguimos sin entender la literatura española como toda aquella escrita en español, y así nos va.

Habrán comprobado que hablo de pocos libros de poesía. Para mí la poesía puede ser incluso mejor que un zumo de naranja (digo esto al tiempo que Elisa me trae un zumo para intentar recomponerme del todo, después de la borrachera y la lectura y una tos agarrada al pecho, ¡cuánto quiero a Elisa Calatrava!). He leído la suficiente poesía como para convertirme en un tipo que nunca está de moda. Los poetas que me gustan nunca son los más molones. No estoy a la última. No sigo a los jóvenes, ni tampoco a los carcas. Tengo a mis poetas favoritos, a los que en pocas ocasiones menciono, y no me da la gana de compartirlos. Esto es personal. Esto es lo que habilita completamente mi Historia de la Lectura Personal. Esto es demasiado personal.

Pero mejor me dejo de rabietas. Lo último que quisiera es parecer un outsider o un tío listo, por muy molesto que me sienta con el solapamiento de montones de tendencias poéticas en español dentro del siglo XX. Del mismo modo que la Generación del 27 ha destruido casi todo aquello que se acerque verdaderamente a las vanguardias históricas, la Poesía de la Experiencia ha invalidado por completo cualquier planteamiento de neovanguardia en las librerías. Si a uno ya le costó trabajo toparse, por ejemplo, con Juan Larrea o con Pedro Casariego Córdoba, imagínense todo lo que no me estoy encontrando en Visor, Lumen, etc, cada vez que me aparece una nueva antología de Altolaguirre o de García Montero. Acercarme a los estantes de poesía se ha terminado convirtiendo para mí en una suerte de tortura llena de pudor y autocompasión.

Ya no se trata solamente de leer a Vallejo, a Gelman o a Girondo. Con todo esto todavía hay chicas guapas con buen criterio y sensibilidad en el corazón y en los pezones que se dejan impresionar. Lo que me jode es que no puedo acceder a los libros de los estridentistas, por ejemplo. No puedo leer a Manuel Maples Arce o a Germán List Arzubide. Y como estos dos, un montón de casos en todo el siglo XX hispanoamericano. Y están ahí, dándole la vuelta al lenguaje y haciendo cabriolas que ya las quisieran todos los jóvenes poetas que salen ahora en los suplementos culturales y que tienen blogs y que también hacen fotografía o música o todo junto.

Aunque suene extraño, esta vez no pretendo ofender a nadie. No es eso. Es solo cansancio de ir a los estantes de poesía y no encontrar a los autores que deberían ser fundamentales en la literatura hispánica, porque son considerados como autores de riesgo. Todo este pataleo es mío y ya está. Cualquiera podrá decir lo contrario. Por ejemplo, yo mismo puedo decir lo contrario: Barataria está publicando autores poco conocidos de las vanguardias hispanoamericanas. Así ha llegado Martín Adán hasta mis manos. Del mismo modo que los otros dos o tres títulos de la colección han llegado hasta las manos de Elisa. Los vimos todos juntos y nos los llevamos todos juntos.

Discúlpenme el día que llevo. Siempre sueno demagógico, pero hoy parece como si lo estuviera siendo de verdad. Solo quería decir que molaría que Martín Adán fuera el poeta de moda, aunque solo fuera lo que queda de año. Después, ya encontraremos a otro pájaro a quien fotografiar de medio lado con cara de estar aquí pero no estar del todo. Si quieren me postulo yo mismo, poso muy bien en las fotos, de verdad.

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