15 febrero 2009

Carlos Herrero, autor de Prosperidad (Barataria, 2008) y del libro de narraciones Cuentos rotos (de inminente publicación) se presenta así:

--------------------------------------------------------------------------------------


Autobiografía

Nací de una madre perfecta, en Madrid, nervioso y flaco, veinte días antes de que muriera Franco. Con nueve meses ya desayunaba doce galletas del príncipe, de esas dobles que tienen chocolate en el medio. Siempre fui muy tragón. Lo que he disfrutado yo en la vida comiendo, casi más que drogado. Me gusta todo, la tortilla, las lentejas. Mi abuela nos hacía cocido tres días por semana. Mi abuelo me enseñó a jugar al mus. Si hoy escribo es gracias a mi padre, también perfecto. Me enseñó a nadar y a patinar, a montar en bicicleta, a leer, a subir a una montaña y a esconderme en el pasillo. Siempre fue muy aficionado a la lectura y por las noches, de niño, me leía largas poesías. Aún me sé «La canción del pirata» de Espronceda de memoria. Mi padre también jugó conmigo todo lo que pudo.
Yo fui el hijo mayor de mis padres pero no lo sigo siendo.
Cuando tenía tres años, para que les dejara dormir (yo dormía seis horas al día aproximadamente), me apuntaron a un gimnasio del barrio. Allí pasé todas mis tardes hasta los trece años en que entré en el equipo nacional de gimnasia y comencé a entrenar también por las mañanas, de 7:30 a 9:30. Por las tardes entrenábamos de 17:00 a 20:30. Descansábamos sólo los jueves por la tarde y los domingos. No sé que pensar de aquella época. ¿Me engañaron? ¿Repetiría? Me gustaba dar saltos y volteretas pero éramos niños y estábamos en manos de unos desaprensivos. Fuimos doce engañados niños que comenzamos a trabajar muy pronto y por un sueldo escaso, nos pagaron los estudios. La educación de verdad la recibíamos en el gimnasio: madrugando y dando saltos, subiendo cuerdas, haciendo el pino, rompiéndonos los dedos y los codos, los meniscos, esforzándonos hasta el esguince y la tendinitis y entrenando, y entrenando. A la larga muchos nos operamos los hombros y la espalda. Pero no todo fueron desventajas: la educación de verdad la recibí en un gimnasio. También me hice con buenos amigos, a pesar de todo lo que he pasado yo después, aún conservo dos. Víctor Cano. Ortzi Acosta. A mi novia también la conocí gracias al deporte, a mi hermosísima Susana.

Aunque uno juegue cada semana, nadie cree, en realidad nadie, que le vaya a tocar la lotería. A mí me ocurrió una desgracia sin merecerlo. Cuando tenía veintiún años un virus me atacó la cadera derecha. Los doctores nunca supieron por qué: «a veces el motivo es una simple caries», me dijeron. «Un grano se te ha infectado.» Me operaron dos veces y me dijeron que había quedado todo muy bien (creo que lo dijeron para que no les denunciara porque el cirujano se equivocó la primera vez que entré a urgencias y me mandó a casa sin hacerme ninguna prueba diciendo que yo tenía un tirón. Yo volví a urgencias tres días más tarde y ya me operaron) así que traté de seguir entrenando: era mi profesión. Llevaba desde los trece años preparándome. Al año siguiente aún logré, aunque con mucho, mucho, mucho, mucho, mucho dolor, el segundo puesto en el campeonato de España. Al año siguiente me echaron del equipo nacional por enfermo. Yo tenía veintitrés años y me quitaron la beca. Nadie te ayuda cuando te echan de un equipo nacional (además yo quedé cojo para siempre, desde el día que me operaron nunca he podido sentarme sin dolor, caminar sin dolor o simplemente olvidarme de mi cadera en ningún momento). Fue entonces cuando comencé a escribir, por rabia, de dolor, para que nadie me engañara más.
Y luego di tumbos, mentí, me drogué, dejé los estudios, sufrí, viví mal, perdí amigos. Porque un enfermo no cae bien. Porque no perdona lo que le ocurre, a los que no les ocurre. Porque es injusto que le ocurra a él. Y luego, poco a poco, cambié de actitud. También he mejorado mucho y ya estoy casi curado, mejor que nunca. Estar muy enfermo doce años me ha empujado a conocerme, y a escribir. ¿Qué otra cosa puede uno hacer todo el santo día? Y si yo muriera hoy afirmaría que he sido un hombre feliz. Y lo afirmaría sin un gramo de ironía. ¿Para qué quiero yo la ironía? He desarrollado muchos trucos: por la calle imagino que los edificios me ovacionan; según avanzo, me ven de lejos y me ovacionan. Sobre todo cuando voy con mi perro. Porque yo quiero a mi perro, soy muy feliz estando con él. Cuando huele las cosas, cuando caga, todo el rato. A base de hostias me he vuelto un sentimental. Tengo treinta y tres años y quiero a Susana. Y quiero a mis padres. Y quiero a mis hermanos y quiero a mis amigos. Lo que llevo peor son los absurdos trabajos.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

eres un superviviente y eso es cojonudo, estoy seguro de que no es imaginación y que los edificios te aplauden de verdad cuando paseas,Carlos eres todo un escritor y un personaje, cuidate y sigue persiguiendo la felicidad

elena dijo...

Felicidades, Carlos.

Anónimo dijo...

Acabo de leer Cuentos rotos y es magnífica, no se os escape esta maravilla.

Anónimo dijo...

Joder, Prosperidd me impresionó y Cuentos rotos, es buenisimo.¿Para cuando el siguiente?

Anónimo dijo...

Mucha gente no entiende que las tragedias puedan ser tan largas y los enfermos nos volvemos payasos, para sobrevivir.

Anónimo dijo...

A cualquiera de nosotros, nos puede ocurrir cualquier tragedia, larga o corta,lo importante es llevarla a nuestro terreno y sacar de ella lo positivo, en este caso ser escritor, aunque para eso es necesario algo más que ser enfermo.... es necesario saber escribir. Felicidades

Pablo Rodríguez Burón dijo...

Me he permitido escribir un pequeño comentario sobre ti en mi blog después de leer la entrevista en El País. Espero que no te moleste. Un abrazo :-)