Diario de Lecturas
Vicente Luis Mora
21 de agosto de 2009
El personaje A.A., que parece próximo a Claudia Apablaza (Chile, 1978), la autora de este libro, confiesa en la página 119: “Tampoco esto es un espacio terapéutico, pero se cruzan las variables: vida, literatura, ficción, realidad, biografía. Me duele no distinguir las fronteras”. En efecto, Diario de las especies es un libro metaliterario, y dentro de las múltiples posibilidades de metaliteratura se adscribe a una corriente actual que tiene como referente claro a Enrique Vila-Matas, que aparece como personaje en la novela. De hecho, se está creando un nuevo género o subgénero narrativo que podríamos denominar “libros en que un joven escritor viaja a Barcelona y conoce a Enrique Vila-Matas”, en el que podemos agrupar Diario de las especies de Apablaza, El ángel literario de Eduardo Halfon, Kazbek de Leonardo Valencia, y próximamente Nocilla Lab de Agustín Fernández Mallo (creo que el escritor catalán también aparece en algún libro de Manguel, en Pacífico de Garriga Vela y en la próxima novela de Paul Auster). Hay que reconocerle a Vila-Matas ese papel de faro de nuevos narradores, que a diferencia de otros escritores no se limita sólo a las típicas citas de homenaje, sino que alcanza a su inclusión como personaje de ficción en sus tramas (algo muy vila-matiano, como es sabido). Todo esto implica que algún día alguien deberá estudiar la gran influencia que Vila-Matas y Roberto Bolaño –otra referencia de Diario de las especies y de otros muchos narradores– están teniendo en toda una generación de escritores españoles y latinoamericanos.
Yo diría que Diario de las especies es una especie de “antilibro” (en el sentido dado por Novalis al término) de Bartleby y compañía, de Vila-Matas. Si este último es un ahondamiento en la experiencia de los escritores que no escriben, que dejan de escribir, el libro de Apablaza habla de los escritores que escriben o intentan escribir: de sus dudas, de su concepto de tiempo, de sus experiencias, de su inicio en la escritura, de cómo encuentran editorial (pp. 105 y siguientes, las que más recuerdan al libro de Vila-Matas). Sin embargo, formalmente, hay notables diferencias, puesto que Diario de las especies está construido como un blog. Sin pertenecer al género de las blogonovelas creado por Hernán Casciari ni al de las excelentes blogsívelas desarrolladas por Cristina Rivera Garza, Apablaza crea una novela blog que tampoco admite parecidos con las que publica la peruana Claudia Ulloa (véase su sugestiva Séptima madrugada; Estruendomudo, Lima, 2007), ya que la de Apablaza es coral, como luego veremos. Como vemos, la experimentación literaria con el blog –hablo de una experimentación de cierto nivel, no de uso– es hoy predominantemente lationamericana.
En la primera parte del libro, significativamente llamada “Búsqueda de una novela”, Apablaza no sólo hace una novela blog, sino que reflexiona teórica y prácticamente sobre la misma. Así, apunta que “Las novelas en los blogs no tienen fecha exacta de finalización, a menos que el blog se suprima” (p. 86), aunque sobre todo es interesante su planteamiento de construcción de un blog total, con la interactividad de los lectores también ficcionalizada. Esta idea de retratar numerosos comentaristas anónimos inventados es feraz; permite a la autora zambullirse en infinitas posibilidades identitarias, disolviéndose en ellas. ¿Disolviéndose? Bueno, quizá exista aquí un problema. Intento decir que en Diario de las especies la escritura de muchas de esas identidades ficticias no se distancia demasiado de la propia de la narradora. Cuando uno sólo tiene las palabras de alguien para reconstruir su psique, para encontrar al personaje que hay detrás, debe hacer un sobreesfuerzo para hacer creíble y tangible la personalidad. El único recurso que hay es el propio texto, y siendo –como cualquier texto es– un rastro subjetivo, una marca psíquica, el objetivo de todo escritor de personajes es idéntico al del escritor de heterónimos; debe crear la ilusión de algo real, la apariencia verosímil de una identidad otra. En los numerosos anónimos cuyos comentarios se reproducen, sólo aquellos conocidos en el mundo digital como “trols” (en este blog hemos tenido unos cuantos) están bien reproducidos, y también se sostienen algunos comentaristas asiduos, como Mexicanita. Pero la mayoría escriben como Apablaza, utilizando el mismo tipo de frase corta, que pasa de unos a otros asuntos de súbito. Veamos un ejemplo: la narradora escribe: “La novela enciclopédica aparece en la edad media (…) Uno de los mejores ejemplos es Dante. La verticalidad comprime la horizontalidad. No hay un hacia delante. El tiempo se detiene. Es atemporal” (p. 84). Y un poco más adelante, el comentarista JacRRRR responde: “Ya. Recapitulo. Las novelas se escriben solas. Es como una extensión de la vida. No hay salida si eres escritor. Es una tercera mano. O tienes tercera mano o no tienes” (p. 89). Lo que dicen es diferente, pero la respiración de los párrafos, su ritmo frasal, es exactamente el mismo. Hay, a mi juicio, demasiada homogeneidad en los caracteres descritos, porque hay demasiado parecido entre los textos. No obstante, debe reconocerse a la autora el decidido y esforzado intento de crear voces en la novela, la voluntad de abrirla y de abrirse a la otredad, que al final es o debería ser el objetivo de toda narrativa digna del nombre, incluso cuando se habla de uno mismo, pues también hay otredades interiores.
La segunda parte de la novela, “Persona”, es un sugestivo experimento de metamorfosis que parece influenciado –aventuro– por Clarice Lispector y Diamela Eltit. En él desaparece la metaliteratura y aparece la persona, alguien que sufre una metamorfosis por la cual ya no quiere ser escritora (p. 151), porque “ser persona es dejar de ser libro, de ser cita” (p. 141). Es un texto extraño, metafórico, plagado de alegorías animales, de especies, que no sé si interpretar como la expresión de un proceso metanoico por el que quien busca una novela sale transformado de la experiencia, lo consiga o no. En realidad, quizá no sea necesaria una explicación, porque estas últimas quince páginas son excelentes y se defienden por sí solas. Quizá A.A. no consigue una novela, pero desde luego Apablaza sí.
Con algunos defectos, pero con muchas cosas destacables, Diario de las especies, si mi información es correcta, será reeditada en España en 2010. Si ustedes me leen desde España, creo que harán bien en comprar la novela y enfrentarse a un texto singular, inteligente, formalmente atrevido y enamorado de la literatura, que nos invita a seguirle la pista al nombre de Claudia Apablaza. Si ustedes me leen desde México o desde Chile, probablemente ya lo estén haciendo.
Yo diría que Diario de las especies es una especie de “antilibro” (en el sentido dado por Novalis al término) de Bartleby y compañía, de Vila-Matas. Si este último es un ahondamiento en la experiencia de los escritores que no escriben, que dejan de escribir, el libro de Apablaza habla de los escritores que escriben o intentan escribir: de sus dudas, de su concepto de tiempo, de sus experiencias, de su inicio en la escritura, de cómo encuentran editorial (pp. 105 y siguientes, las que más recuerdan al libro de Vila-Matas). Sin embargo, formalmente, hay notables diferencias, puesto que Diario de las especies está construido como un blog. Sin pertenecer al género de las blogonovelas creado por Hernán Casciari ni al de las excelentes blogsívelas desarrolladas por Cristina Rivera Garza, Apablaza crea una novela blog que tampoco admite parecidos con las que publica la peruana Claudia Ulloa (véase su sugestiva Séptima madrugada; Estruendomudo, Lima, 2007), ya que la de Apablaza es coral, como luego veremos. Como vemos, la experimentación literaria con el blog –hablo de una experimentación de cierto nivel, no de uso– es hoy predominantemente lationamericana.
En la primera parte del libro, significativamente llamada “Búsqueda de una novela”, Apablaza no sólo hace una novela blog, sino que reflexiona teórica y prácticamente sobre la misma. Así, apunta que “Las novelas en los blogs no tienen fecha exacta de finalización, a menos que el blog se suprima” (p. 86), aunque sobre todo es interesante su planteamiento de construcción de un blog total, con la interactividad de los lectores también ficcionalizada. Esta idea de retratar numerosos comentaristas anónimos inventados es feraz; permite a la autora zambullirse en infinitas posibilidades identitarias, disolviéndose en ellas. ¿Disolviéndose? Bueno, quizá exista aquí un problema. Intento decir que en Diario de las especies la escritura de muchas de esas identidades ficticias no se distancia demasiado de la propia de la narradora. Cuando uno sólo tiene las palabras de alguien para reconstruir su psique, para encontrar al personaje que hay detrás, debe hacer un sobreesfuerzo para hacer creíble y tangible la personalidad. El único recurso que hay es el propio texto, y siendo –como cualquier texto es– un rastro subjetivo, una marca psíquica, el objetivo de todo escritor de personajes es idéntico al del escritor de heterónimos; debe crear la ilusión de algo real, la apariencia verosímil de una identidad otra. En los numerosos anónimos cuyos comentarios se reproducen, sólo aquellos conocidos en el mundo digital como “trols” (en este blog hemos tenido unos cuantos) están bien reproducidos, y también se sostienen algunos comentaristas asiduos, como Mexicanita. Pero la mayoría escriben como Apablaza, utilizando el mismo tipo de frase corta, que pasa de unos a otros asuntos de súbito. Veamos un ejemplo: la narradora escribe: “La novela enciclopédica aparece en la edad media (…) Uno de los mejores ejemplos es Dante. La verticalidad comprime la horizontalidad. No hay un hacia delante. El tiempo se detiene. Es atemporal” (p. 84). Y un poco más adelante, el comentarista JacRRRR responde: “Ya. Recapitulo. Las novelas se escriben solas. Es como una extensión de la vida. No hay salida si eres escritor. Es una tercera mano. O tienes tercera mano o no tienes” (p. 89). Lo que dicen es diferente, pero la respiración de los párrafos, su ritmo frasal, es exactamente el mismo. Hay, a mi juicio, demasiada homogeneidad en los caracteres descritos, porque hay demasiado parecido entre los textos. No obstante, debe reconocerse a la autora el decidido y esforzado intento de crear voces en la novela, la voluntad de abrirla y de abrirse a la otredad, que al final es o debería ser el objetivo de toda narrativa digna del nombre, incluso cuando se habla de uno mismo, pues también hay otredades interiores.
La segunda parte de la novela, “Persona”, es un sugestivo experimento de metamorfosis que parece influenciado –aventuro– por Clarice Lispector y Diamela Eltit. En él desaparece la metaliteratura y aparece la persona, alguien que sufre una metamorfosis por la cual ya no quiere ser escritora (p. 151), porque “ser persona es dejar de ser libro, de ser cita” (p. 141). Es un texto extraño, metafórico, plagado de alegorías animales, de especies, que no sé si interpretar como la expresión de un proceso metanoico por el que quien busca una novela sale transformado de la experiencia, lo consiga o no. En realidad, quizá no sea necesaria una explicación, porque estas últimas quince páginas son excelentes y se defienden por sí solas. Quizá A.A. no consigue una novela, pero desde luego Apablaza sí.
Con algunos defectos, pero con muchas cosas destacables, Diario de las especies, si mi información es correcta, será reeditada en España en 2010. Si ustedes me leen desde España, creo que harán bien en comprar la novela y enfrentarse a un texto singular, inteligente, formalmente atrevido y enamorado de la literatura, que nos invita a seguirle la pista al nombre de Claudia Apablaza. Si ustedes me leen desde México o desde Chile, probablemente ya lo estén haciendo.
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