03 noviembre 2010

Mujeres de nada




Piensa, sin notar que lo hace porque nunca pensó que reflexionar fuese una ocupación. Coser sí -como lo hacía ahora-, trabajar en el campo, limpiar la casa, lavar a los niños o poner la comida para los hombres. Eso eran tareas; pero que nadie le preguntase de pronto en qué pensaba, porque ella no era consciente de que aquel dejar vagar la mente, a la vez que las manos o el cuerpo ejecutaban un esfuerzo, fuese en realidad un quehacer; le costaba creer que pudiese haber personas que se sentaran a meditar (palabra que sólo había oído una vez en su vida cuando el cura dijo en el sermón que existían monjes dedicados a meditar y ella se quedó sin comprender en qué huerta, acequia, sobre qué animal, recogiendo qué sembrado o con ayuda de quiénes se podía meditar), personas ocupadas en enlazar ideas o frases para convertirlos en sueños, atrapar sugerencias, repasar los recuerdos, confeccionar razonamientos múltiples, ni entendió qué finalidad tenía ni qué provecho podía sacársele.

Este comienzo de la novela que ahora publica Leonor Paqué ("Una mujer de nada", Barataria) recuerda mucho los mundos anteriores a la constitución de la mente letrada, estudiados por Olson: cuando un recuerdo, un pensamiento imprevisto o una fantasía asaltaban la mente del individuo como cosas extrañas, procedentes de afuera, y a las que a veces, por asignarles algo, se asignaba un origen divino. (Y esta novela va, por cierto, de mujeres analfabetas, de su lucha por la vida y de la gente que consiguieron sacar adelante).

Aunque en realidad esos mundos todavía perviven en nosotros, más escondidos, eso sí, en ese universo planimétrico, categórico y explícito de la cultura escrita (la escritura impresa hace que todo lo de dentro se parezca a algo que se puede poner sobre el papel). Perviven, desde luego, y también nos asaltan cuando ignoramos de dónde procede esa evocación repentina en la que ves a tu amada de los 17 años con la camisa de flores naranjas y azulinas, los zapatos recién cepillados con un pequeño abombamiento a la altura del dedo gordo, las medias rojas de lana a las que van saliendo bolillas. O de dónde sale la clarividencia para resolver de un plumazo esa relación patológica y simbiótica con tu trabajo, tu cónyuge o tu hijo, a la que observabas como una intrincada paradoja y con una alarmante falta de fuerza.

Ah, cuántos mundos nos poseen.

1 comentario:

Romek Dubczek dijo...

Hola, he llegado aqui desde Facebook. Me encanta la pagina. Un abrazo,
Romek