16 marzo 2011

Un millón de piedras, Miquel Silvestre

El gusanillo de los libros
Blanca Vázquez
16/03/2011



La prosa, mecida por el viento, pasa por nuestros ojos a velocidad de rayo. Quizá sea porque es una prosa que va sobre dos ruedas, amparada por la curiosidad y el descubrimiento, no solo de la África eterna y herida, también del protagonista mismo. Miquel Silvestre, escritor, trotamundos, aventurero tanto de los caminos como de las palabras, (a quien leímos en Beatitud, visiones de la beat generation), salió de Madrid a comienzos de 2009 para mantener una relación de amor-odio con el continente de polvo y sabana, desierto y selva, gran urbe y míseros poblados. Tocar África, desde el Ecuador al Cabo de las Tormentas, del Índico a la costa de los esqueletos, ese era su propósito, su nueva misión, y vaya si la llevó a cabo.

Silvestre lleva a sus espaldas varios libros escritos y muchos kilómetros. Recorrió en moto, eso sí motero hasta la muerte, Norteamérica (de la que opina que lo sorprendente es lo poco que sorprende), Hungría, Rusia, Kazajstán, México, Líbano, Palestina…y lo que le queda. Su mochila bibliográfica está compuesta de novelas “La dama ciega”, “Mariposas en el cuarto oscuro”, “Spanya SA”; obras de teatro; libros de cuentos; (“Dinamo estrellada”); antologías; reportajes periodísticos y libros de viajes como el que tenemos entre manos, Un millón de piedras, con el que este alicantino de Denia, no solo ha convencido y vencido en el Instituto Cervantes de Roma, ha encandilado a muchos lectores que le reconocen su valentía, naturalidad, frescura y sin pelos en la lengua (como él mismo en sus escritos), reconocemos que los tiene bien puestos.

El montaje del libro pareciera una película con sus backwards y forwards. De hecho toda su aventura es descrita de manera muy cinematográfica, como si de otro Gary Cooper se tratara, montado en su princesa (que no es yegua sino moto, BMW R80 G/S) solo ante el peligro. Peligro que ya nos da de frente desde las primeras páginas, cuando el lector se encuentra con este autor herido, tirado en una carretera al este de Sudáfrica, entre Ciudad del Cabo y Durban.
Dividido en cinco partes, el volumen presenta un esquema muy dinámico, donde las hermosas fotografías se hacen hueco entre las palabras y las anécdotas, los kilómetros y el sol plomizo. Cada parte contiene una presentación que a su vez es otra historia, la de las horas y días posteriores a dicho accidente; la ayuda recibida en plena carretera por Rydall, un transportista sudafricano; la cura de sus heridas; su vuelta a Madrid y su retorno a África. Aventuras entremezcladas que construyen el edificio de esta peripecia africana, y que hacia el final apreciamos y alabamos en todo su esfuerzo.




Kenia es el comienzo. Allí Silvestre se enamora de la BMW alemana a la que llamará Princesa y que le acompañará casi todo el camino, aunque no todo. El paisaje va cambiando a medida que avanza y cruza frontera a Tanzania. Llega a tierra de Masais donde el verde keniata se difumina en ocres y colores tierra.
Pero Miquel Silvestre no solo habla de lo que ve, añade a ello pequeños apuntes históricos del país o lugar de visita que resultan muy útiles y amenas para nosotros. Asimismo habla de él, de su vida personal, de su vida privada, de sus costumbres (cerveceras y resacosas), del motociclismo, de viajes anteriores, de sus chispeantes (a veces peligrosos) sucesos , y de curiosos personajes encontrados en el camino.

Un libro vivo, audaz, repito: sin pelos en la lengua, donde a ratitos caen chuzos de punta, y afloran ultra-sensibilidades y palabros malsonantes. Un libro, ante todo, con mucho humor. Un libro que es toda una verdad, porque habla sin las correcciones políticas usadas por los grandes, ya sean editoriales o mass media.

De la peliculera Tanzania pasa (uy el tema de los pasos fronterizos tiene miga, mejor dicho tiene tela) a Zambia, donde resulta curioso el apunte de las marcas o puntos de referencia (silla viejas, boyas, latas..) dejadas en los arcenes que indican la vuelta a casa o una dirección. Luego llega Zimbabwe, uno de los más bellos países del continente. Por fin Sudáfrica que supuso una cierta decepción para nuestro motero. Entre traslados, mosquitos y habitaciones de hotel de todo tipo, los malestares de la Princesa se hacen irritantes, pero llevaderos, pues siempre se encuentra algún mecánico o gasolina de bidón en cualquier aldea perdida. Botswana, la hermosa Namibia y sus desiertos, o la costa de los esqueletos. Realmente impresionante esta parte. Vuelta a Sudáfrica por el Oeste y paso a un curioso pequeño país, Zwazilandia, comunidad de estudiantes del todo el mundo. En Mozambique, Silvestre embarca a la Princesa, come cangrejos y conoce a un mujer singular, Margie, con un pasado misterioso al tiempo que doloroso, que le acompaña con sus charlas.

La cuarta y quinta parte se centran en el norte y oeste de África, ya con otra moto, unos meses más tarde. Esta vez será una BMW R100 G/S de 1988, que da más problemas que satisfacciones. Recorre el paisaje desde Marruecos a Mali, pasando por Mauritania y Senegal, donde la polémica está servida sobre el tema Gobierno español/pago de secuestros.
Echamos en falta un mapa detallado con el recorrido, aunque eso se lo preguntaremos al propio autor en una entrevista cara a cara proximamente, en la cual le vamos a sacar más anécdotas que les despertará, lectores, las ganas de ir corriendo a una librería a por ese Millón de piedras y tres mil estrellas que nos cuenta Silvestre. ¿Quieren saber que pasó con la Princesa que se quedó en Sudáfrica, guardada por Rydall?

El viaje en moto es una de las últimas aventuras reales que quedan. Un automóvil es una caja en la que uno se aísla del exterior, pero sobre una motocicleta uno es el exterior. No hay barreras entre tú y el paisaje; sobre ti golpeará la lluvia, el viento y el sol. Claro que te cansarás antes y estarás expuesto a graves riesgos. Pero serás ágil. Serás centauro, caballero y nómada de corta impedimenta. No cargarás más que con lo imprescindible y aprenderás a renunciar a lo accesorio….pag. 41”

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