Ariodante
26/04/2011
Pero la observación y la investigación de Tocqueville no quedaron circunscritas a dicha labor profesional, casi funcionarial. El estudio de campo penal y carcelario, lo mismo que el motivo oficial del viaje en sí mismo, fueron sólo un pretexto en esta aventura existencial e intelectual. Francia, desde 1789 en constante convulsión, protagonizaba en aquellos años una innovación más: el nuevo orden impulsado por Luis Felipe que alteraba el orden sucesorio en la línea dinástica gala. Tocqueville, quien cuenta por entonces veintiséis años y es juez auditor del tribunal de Versalles, pone tierra y océano de por medio para descubrir nuevos horizontes y nuevas realidades.
La presente edición de Barataria contiene el texto principal que recoge las impresiones de la expedición llevada a cabo por Tocqueville y Beaumont desde Detroit hasta Saginaw, entre el 19 y el 29 de julio de 1831. Fue publicado por Beaumont tras la muerte del amigo en la Revue des deux mondes (1860) y, posteriormente, en las Œvres Complètes, con el titulo de «Quinze tours dans le désert». Como anexo, incluye, asimismo, el diario personal de Tocqueville («Notas de viaje por el oeste») iniciado unos días antes de aquél, el 4 de julio (día de la fiesta nacional estadounidense), y que concluye allí donde comienza la narración del texto que sirve de base al presente libro.
Tocqueville no sólo observa con atención el sistema social, cultural, económico y político de Estados Unidos. También el paisaje, las gentes, la naturaleza del lugar, llaman su atención y animan su afán explorador. La incursión por las soledades americanas, por las tierras aún vírgenes del Este americano, atraviesa lugares en incipiente colonización. El contacto con pioneros venidos de Europa coincide en el espacio y el tiempo con indios nativos. A todos tiene algo que preguntar. De todos quiere aprender sobre la esencia de aquellas tierras prometedoras.
Sin embargo, Tocqueville no olvida Francia. Su viaje es de ida y vuelta. Conocer América la ayudará a conocer mejor Europa, y el resto del mundo. Con estas palabras, de elegante prosa, de lúcida perspectiva, se cierra el cuaderno viajero:
«Fue en medio de esta profunda soledad que recordamos de repente la Revolución de 1830 de la que se cumplía el primer aniversario. No puedo explicar con qué impetuosidad se presentaron en mi espíritu los recuerdos de aquel 29 de julio. Los gritos y la humareda del combate, los cañonazos y el repiqueteo de la fusilería, los tañidos aún más terribles de las campanas tocando a rebato, todo aquel día con su inflamada atmósfera pareció surgir de repente del pasado y desplegarse como un cuadro viviente ante mis ojos. No fue más que una iluminación súbita, un sueño pasajero. Cuando al levantar la cabeza, paseé la mirada a mi alrededor, la aparición se había desvanecido, pero nunca el silencio del bosque me pareció tan gélido y sus sombras tan sombrías, ni mi soledad tan absoluta.» (pág. 92).
Y es que sin aquel viaje —como todo viaje fructífero, iniciático y descubridor—, sin las andanzas y aventuras aquí descritas, no habrían sido compuestas obras tan decisivas para el pensamiento político como La democracia en América (1835, 1850) y El Antiguo Régimen y la Revolución (1854).
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