30 abril 2011

Miedos y traición en la ocupación nazi

La Voz de Galicia
Héctor J. Porto
30/04/2011

DOS NOVELAS MUY DISTINTAS INDAGAN LAS KAFKIANAS TENSIONES QUE SE DABAN EN LA VIDA DE LOS TERRITORIOS COLABORACIONISTAS.

La novela —y el cine— ha visitado con frecuencia los territorios ocupados por la Alemania de Hitler para glosar la heroicidad de los miembros de la resistencia, pero ha evitado recrearse en las actitudes colaboracionistas, las miserias cotidianas marcadas por el miedo a la delación, la traición, la rápida negación de los ideales propios para sobrevivir más holgadamente, el egoísmo, el abuso de poder de quien se ha pasado a las fuerzas invasoras... Es en este escenario donde se mueven —eso sí, de forma muy distinta y con planteamientos estéticos y objetivos divergentes— las dos novelas aquí concitadas, ambas de notable excelencia: Una comedia en tono menor (1947) de Hans Keilson y La trampa (1945) de Emmanuel Bove.
Keilson plantea un drama intimista y delicado con apenas tres personajes, en el que pone en juego los miedos de un matrimonio que acoge en su casa de forma clandestina a un judío. La historia se desarrolla en una pequeña ciudad holandesa que parece ajena a la guerra salvo por el lejano fragor del paso de los aviones aliados camino de Alemania o el ruido eventual de algún tiroteo. Y, sin embargo, los temores se adueñan de la vida cotidiana por mor de la insólita presencia del inquilino de la planta primera. Aunque llega a establecerse una relación intensa entre ellos, nunca alcanzan a comprender bien a su invitado hasta que una caprichosa jugada del destino —que acrecienta la percepción kafkiana de lo que les sucede— dará un giro copernicano a su condición.
A pesar de que comparten la inmediatez de la escritura y los hechos, y que ambas carecen detodo viso retórico o épico, La trampa se sitúa lejos de la exquisita sensibilidad de Keilson. Bove firma una novela de mayor carga política, de denuncia y con un fuerte carácter testimonial. Es la historia de cómo Bridet, un hombre que no acepta el régimen de Vichy y que, sin ser judío ni comunista, ni una verdadera amenaza, con su torpeza y sus miedos pone en marcha un perverso mecanismo —el de la burocracia colaboracionista— que lo llevará a mal término.
Dos auténticas preciosas joyas.

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