Levante-emv
África Pardo
02/05/2011
África Pardo
02/05/2011
Registrador de la propiedad y rodeado de comodidades, Miquel Silvestre (Dénia, 1968) echó a andar sobre dos ruedas por África y ha contado lo vivido en «Un millón de piedras». Ahora planea otro viaje desde Nueva York hacia Asia para terminar en Finisterre.
Un registrador de la propiedad y un viajero motero, ¿imágenes complementarias u opuestas?
Completamente incompatibles. Intento que los viajes se conviertan en una profesión. Yo soy registrador de la propiedad, no es mi profesión favorita, pero me ha permitido ahorrar y pedir excedencias para viajar.
¿Recuerda cuándo decidió dejar su trabajo para irse a África?
Fue una evolución personal. Fui número uno de mi promoción, tenía una vida de éxito cojonuda en Madrid. De repente tengo un accidente de moto y me doy cuenta de que esto no es lo que me gusta. No tenía pensado hacer un viaje en moto, sino un viaje para recuperar la paz y escribir otra novela y el viaje comienza el15 de abril de 2008. Primero fui a La Toscana, siguiendo a Josep Pla, seguí por otros países y me ofrecieron escribir de Kenia. Yo no sabía ni cuántos países había en África, pero empecé a viajar y me pasó de todo. Cualquier argumento que imaginara para mi novela empalidecía con lo que vivía, era puro argumento.
¿Qué imagen tenía antes de recorrerlo?
Las de la televisión, con guerras continuas, un continente poblado por salvajes y lleno de corruptos y asesinos, y la otra romántica de Memorias de África. Y ni una, ni otra. Es un continente muy grande y aún muy salvaje pero poblado por gente normal como tú y como yo. El mundo es un lugar más habitable de lo que vemos en televisión.
Dice que antes del viaje era un misántropo. ¿Se ha vuelto filántropo?
Tanto, no sé. Lo que sí me he vuelto es cristiano, pero eso es algo muy personal. Antes yo veía el mundo desde una pecera y no tenía ni puta idea de lo que era. Podía haber escrito una historia de superación de dificultades pero es mejor un mensaje de esperanza.
Mucha gente vuelve de África queriendo ayudar. ¿Usted no?
Tengo una opinión muy particular de eso. Hemos convertido a los niños de África en mendigos dándoles limosnas y lo primero que hacen cuando ven a un blanco es sacar la mano porque ven que es más rentable pedir que trabajar. La miseria en África conmueve y te deja deshecho pero lo último que hay que hacer es ir de samaritano.
¿Dónde pasó más miedo?
En Mauritania, había un ambiente muy hostil con el viajero y coincidió con el secuestro de los cooperantes españoles. Allí sabían quién era Moratinos y supe que para ellos mi vida valía 5 millones de dólares. Me quedé sin gasolina y veía que los que estaban alrededor me estaban preparando algo. Oí el ruido de un motor y un camión me sacó de allí; para mí fue como si me salvara el Séptimo de Caballería.
¿Ahora proyecta una vuelta al mundo?
Sí, dejo el curro otro año y pico. Salgo de la capital del nuevo mundo y acabaré en Finisterre quemando mis ropas de peregrino.
Completamente incompatibles. Intento que los viajes se conviertan en una profesión. Yo soy registrador de la propiedad, no es mi profesión favorita, pero me ha permitido ahorrar y pedir excedencias para viajar.
¿Recuerda cuándo decidió dejar su trabajo para irse a África?
Fue una evolución personal. Fui número uno de mi promoción, tenía una vida de éxito cojonuda en Madrid. De repente tengo un accidente de moto y me doy cuenta de que esto no es lo que me gusta. No tenía pensado hacer un viaje en moto, sino un viaje para recuperar la paz y escribir otra novela y el viaje comienza el15 de abril de 2008. Primero fui a La Toscana, siguiendo a Josep Pla, seguí por otros países y me ofrecieron escribir de Kenia. Yo no sabía ni cuántos países había en África, pero empecé a viajar y me pasó de todo. Cualquier argumento que imaginara para mi novela empalidecía con lo que vivía, era puro argumento.
¿Qué imagen tenía antes de recorrerlo?
Las de la televisión, con guerras continuas, un continente poblado por salvajes y lleno de corruptos y asesinos, y la otra romántica de Memorias de África. Y ni una, ni otra. Es un continente muy grande y aún muy salvaje pero poblado por gente normal como tú y como yo. El mundo es un lugar más habitable de lo que vemos en televisión.
Dice que antes del viaje era un misántropo. ¿Se ha vuelto filántropo?
Tanto, no sé. Lo que sí me he vuelto es cristiano, pero eso es algo muy personal. Antes yo veía el mundo desde una pecera y no tenía ni puta idea de lo que era. Podía haber escrito una historia de superación de dificultades pero es mejor un mensaje de esperanza.
Mucha gente vuelve de África queriendo ayudar. ¿Usted no?
Tengo una opinión muy particular de eso. Hemos convertido a los niños de África en mendigos dándoles limosnas y lo primero que hacen cuando ven a un blanco es sacar la mano porque ven que es más rentable pedir que trabajar. La miseria en África conmueve y te deja deshecho pero lo último que hay que hacer es ir de samaritano.
¿Dónde pasó más miedo?
En Mauritania, había un ambiente muy hostil con el viajero y coincidió con el secuestro de los cooperantes españoles. Allí sabían quién era Moratinos y supe que para ellos mi vida valía 5 millones de dólares. Me quedé sin gasolina y veía que los que estaban alrededor me estaban preparando algo. Oí el ruido de un motor y un camión me sacó de allí; para mí fue como si me salvara el Séptimo de Caballería.
¿Ahora proyecta una vuelta al mundo?
Sí, dejo el curro otro año y pico. Salgo de la capital del nuevo mundo y acabaré en Finisterre quemando mis ropas de peregrino.
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