Estado Crítico
Manolo Haro
05/04/2011
Manolo Haro
05/04/2011
Lanzados a la búsqueda de consanguinidades literarias, se puede decir que La trampa de Emmanuel Bove (París, 1898-1945) puede considerarse hermana de El proceso de Franz Kafka. Su  personaje, Joseph Bridet –otro Josef K.– se coloca en las precisas  coordenadas espacio-temporales de la Francia ocupada, mientras intenta  lograr un salvoconducto para cruzar hasta Londres y unirse al general De  Gaulle. El infierno judicial y burocrático que entrevió e imaginó Kafka  como antesala del mundo contemporáneo en su novela está presente en La trampa de forma dramáticamente palpable. 
En  el Hotel Carnot de Lyon, habitación 59, vive Joseph Bridet. Yolande, su  mujer, lo hace en el Hotel d´Anglaterre de la misma ciudad. Algo va mal  entre ellos. La guerra trae distanciamientos en la vida conyugal y en  los intereses personales: ella quiere volver a París y reabrir su  sombrerería; él, conseguir un 'ausweiss' (salvoconducto) que le permita  salir de Francia. Con ese fin realiza un par de viajes a Vichy para  tocar algunas teclas entre el funcionariado colaboracionista, apoyándose  en la inestable cuerda de las identidades (pro-Petain o  gaullista) en un momento en el que todo el mundo está bajo sospecha.  Sus contactos no sólo no le dan respuesta a su petición, sino que hacen  que comience a funcionar la desesperante e intrincada aleatoriedad de la  burocracia policial y judicial en un sistema en el que nadie parece  conocer los límites ni las leyes. A partir de este momento el círculo se  va estrechando en torno al protagonista y el lector sigue, entre  perplejo y alucinado, los avatares de este proceso. Su mujer es un  contrapunto ante la desquiciante velocidad del relato: ambigua, serena y  desasosegante, sigue al marido por el entramado de oficinas, salas de  interrogatorio, juzgados y celdas, ofreciéndole una vez tras otra la  esperanza de una liberación que no llega.
Aligerada  de cualquier retórica vana, Emmanuel Bove sólo se permite unos breves  apuntes cuando se trata de recrear el espacio. Su certero y preciso  estilo únicamente quiere pintar las calles, los pasillos, las  habitaciones, los cielos y las luces que cruzan el relato. Está más  interesado en los personajes y en la acción que en la escueta tramoya  que coloca tras lo que narra. Aquí la miseria moral no entiende de  líneas de demarcación. El alma de colaboracionistas y de aparentes  gaullistas está atravesada por la ocre y nauseabunda oscuridad de la  traición y el beneficio propio. Bove en La trampa consigue meter en la coctelera a Kafka y a Ionesco,  agitando el combinado con la velocidad de la locura. El bebedizo no  deja al lector impasible, sino rumiando, cuando reposa lo leído sobre la  almohada, con una sensación de que en la actualidad se sigue aún  tejiendo con el mismo hilo el telón oscuro que cuelga en algunas  arquitecturas represoras. 
El encuentro sentimental entre un exiliado ruso y una criada luxemburguesa da como fruto a Emmanuel Bobovnikoff. Los pseudónimos Pierre Dugast et Jean Vallois Bove  esconden al hombre que acabaría firmando sus obras como Emmanuel Bove.  Su vida se movió al vaivén de la rueda de la Fortuna. Ginebra, Viena,  Londres, Argel, París. Conductor de tranvías, camarero, obrero de la  Renault, taxista. La peripecia literaria de Bove tuvo la bendición de Colette, Gide, Rilke, Max Jacob y Beckett.  Como ocurre siempre en estos casos, hay que descorchar una buena  botella de lo que sea para brindar porque las mesas de novedades recojan  estos extraños meteoros. Si alguien tiene el arrojo de abrir sus  páginas, le aconsejo que coloque bajo la aguja Ascenseur Pour l'échafaud de Miles. Se oye la respiración de Bridet.
 
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