30 mayo 2011

Algunas notas para un ensayo futuro sobre la tradición de la ruptura y otra docena de cosas que nunca leerás en tu revista de modas favorita (I)

El Boomeran(g)
Blog de Patricio Pron
30/05/2011



Nota 1, El Dedo de Dios: Algunos de estos rescates tuvieron lugar ya el año pasado, cuando la editorial barcelonesa Barataria inauguró una colección de vanguardistas latinoamericanos dirigida por la narradora chilena Claudia Apablaza. Una de esas obras, Un año de Juan Emar (1935)[i], es el relato de ese período de tiempo en la vida de su autor realizado a través de las entradas mensuales de un diario cuyos sucesos absurdos y extraordinarios ponen en cuestión la salud y la unidad de la conciencia del sujeto que narra: una figura resbala de una ilustración en un ejemplar de La Divina Comedia y queda tirada en la calle, el dedo de Dios se clava en la nuca del narrador, éste debe ser operado para que se le extraiga el auricular del teléfono que se le ha quedado pegado a la oreja tras una llamada y se producen otros prodigios que son narrados como si no lo fueran, lo que ha llevado a que algunos críticos comparasen a Juan Emar con Franz Kafka. César Aira, quizás el escritor que más le debe entre los latinoamericanos contemporáneos, lo comparó a su vez con Raymond Roussel y Witold Gombrowicz en su prólogo a la reciente edición de los cuentos de Emar por parte de la editorial argentina Mansalva, y describió su obra como "un surrealismo mecanicista y maniático".

Nota 2, Un cielo vanguardista: Si el fragmentarismo y la autoconciencia de Un año se proponen como el anticipo de la literatura que vendrá, La casa de cartón (1928)[ii] del peruano Martín Adán parece detenerse en el estadio previo a la vanguardia, en un malditismo y un decadentismo mucho más interesados en poner punto final a todo un período de la literatura que en adoptar las formas de una literatura futura. La casa de cartón no es tanto el relato de un verano en el balneario limeño de Barranco como el vehículo narrativo de una cierta mirada rompedora; bajo esa mirada el sol puede ser "un coleóptero, raro, duro, jalde, zancudo", una mujer es un "resorte vestido de jersey que saltaba de la caja de sorpresa del balneario peruano" y su "almita de educanda de monjas europeas" se abre "como un devocionario íntimo por la parte que trata del pecado mortal", en un despliegue de inventiva verbal que a duras penas puede ceñirse al argumento, si es que éste existe. Lo que La casa de cartón viene a contar es cómo se constituye esa mirada en las largas tardes indolentes de un balneario, en las que un viejo es "una bomba de aspiración y dos manos de párroco perdonadoras y joviales" y el cielo se afilia "al vanguardismo" y "hace de su blancura pulverulenta [sic], nubes redondas de todos los colores".

Nota 3, Aclaración: Aquí nadie se llama como dice hacerlo. Juan Emar es el pseudónimo de Álvaro Yáñez Bianchi; Martín Adán, de Rafael de la Fuente Benavides; y a Macedonio Fernández los argentinos lo llaman sólo Macedonio, probablemente para no confundirlo con ningún futbolista apellidado Fernández.

Nota 4, Juan Emar (1863-1964): Fue un escritor y pintor chileno cercano al creacionismo de Vicente Huidobro y a las vanguardias europeas de las décadas de 1920 y 1930, en particular el cubismo y el surrealismo. Su obra comprende un libro precoz, Torcuato (1917), tres novelas breves y simultáneas, Miltín, Un año y Ayer (todas de 1934), un libro de relatos, Diez (1937), y un silencio público, resultado quizás de la incomprensión que generó su obra entre sus lectores, y un esplendor creativo completamente privado cuyo producto fue Umbral, una novela de cuatro mil páginas compuesta por cinco libros que sólo vio la luz en su totalidad en 1996, treinta y dos años después de la muerte de su autor.

Nota 5, El pasado: Ninguna época dispuso de tanto pasado, pero todas las que le sigan tendrán mucho más a su disposición; la afirmación es pueril pero puede ser esgrimida como una posible explicación a los rescates recientes de vanguardistas latinoamericanos. Juan Emar, Pablo Palacio, Martín Adán y Macedonio Fernández son relativamente desconocidos en España fuera de los círculos de especialistas y César Vallejo y Horacio Quiroga tienen ese prestigio difuso del escritor que es más comentado que leído, el escritor que es sólo su nombre. Que sus libros sean rescatados del fondo difuso de un pasado inabarcable y puestos a disposición de los lectores españoles es una buena noticia, pero ésta no debería ser recibida sin preguntarse qué lleva a que esos rescates se produzcan en este momento y no en otro; toda historia, incluso la literaria, es historia del presente, y parece pertinente interrogarse antes de continuar acerca de qué es lo que falta en la actualidad para comprender la necesidad de estos rescates.

Nota 6, "Posvanguardia": Aunque poco difundida, quizás la opinión más consistente en torno al problema que plantea la apropiación del legado vanguardista por parte de lo que llamamos los escritores "posmodernos" sea la de la profesora de la Washington University Elzbieta Sklodowska; para ella, nuestra época debería entenderse como una contestación a las vanguardias históricas, por lo tanto como una "posvanguardia", que recoge buena parte de sus innovaciones formales restableciendo una tradición interrumpida por las dos guerras mundiales. Sklodowska propone reemplazar el término "posmoderno" por el término "posvanguardista" para evitar confusiones entre el "modernism", término que incluyó a las propias vanguardias históricas, y el movimiento literario finisecular conocido en Hispanoamérica como modernismo, con el que no está relacionado. Que textos como Un año y La casa de cartón parezcan contemporáneos en su escepticismo ante las convenciones narrativas debería ser entendido pues como el resultado de un lazo invisible que reúne a las vanguardias y a quienes adoptan su legado, cuya dificultad principal radica en ignorar las dos guerras mundiales que han tenido lugar en el período que media entre unas y otros y la conciencia de que la mayor parte de las contravenciones a las convenciones narrativas han sido realizadas ya por los vanguardistas históricos.

Nota 7, Tensiones: La tensión que recorre la vanguardia y la posvanguardia es la que tiene lugar, en palabras de la crítica argentina Ana María Amar Sánchez, "between ‘high, experimental and politicized art' and ‘mass, consumerist and alienated' forms". La convicción de que el arte politizado ha agotado su reserva de sentido tras el fracaso de los proyectos utópicos del siglo XX supone la pérdida de uno de los elementos cuya tensión hacía productiva a la vanguardia. La posvanguardia es una vanguardia sin política, y este es uno de los grandes dramas de la literatura vanguardista del presente y una de las razones de estos rescates.

Nota 8, La cárcel del lenguaje: La narrativa más reciente comparte con el vanguardismo de autores como César Vallejo o Juan Emar una autoconciencia cuya consecuencia más desencantada y evidente es la afirmación implícita de que todo es lenguaje, que la lleva a poner el énfasis en las formas narrativas. Que todo es lenguaje es, sin embargo, una convicción presente ya en obras como La casa de cartón y en los relatos de Un hombre muerto a puntapiés de Pablo Palacio. En la primera de estas obras una mujer es "parecida a la b en las manos, a la n en los ojos, a la r en el andar, a la ñ en el carácter, a la k en el genio, a la s en la mala memoria, a la z en la buena fe..."; algo similar sucede en los relatos de Un hombre muerto a puntapiés y relatos dispersos (1921-1930)[iii], en los que la narrativa parece escapar continuamente del control del narrador, movida por una potencia y por una lógica que son las del lenguaje. A menudo, el escritor ecuatoriano parece olvidar qué desea contar y se abandona a la pura invención lingüística, al retruécano ingenioso y a la reflexión irónica sobre la propia escritura. Allí donde consigue controlar al menos parcialmente su imaginación verbal, el resultado es extraordinario, como en "El antropófago", "La doble y única mujer" y "Relato de la muy sensible desgracia acaecida en la persona del joven Z".

Nota 9, Pablo Palacio: Nacido en la ciudad ecuatoriana de Loja en 1906, Palacio vivió tan sólo cuarenta y un años y sólo escribió durante once, en los que produjo dos novelas, Débora (1927) y Vida del ahorcado. Novela subjetiva (1932) y una tercera llamada Ojeras de virgen (1921) que ganó un concurso y cuyo manuscrito se perdió. En 1940 se internó voluntariamente en un psiquiátrico y murió allí en 1947. Su narrativa fue incómoda en su momento, y esto por dos razones: la primera, que se deriva de su adhesión a las ideas de izquierda y de su rechazo a acogerse a los cánones del realismo proletario y la novela indigenista, lo llevó a ser criticado por sus camaradas revolucionarios. La segunda se extrapola del estado de la novela en el momento en que Palacio produjo su obra, que el autor parodia en el relato "Novela guillotinada" al prometer que su novela que "se venderá a 7 pesetas" reunirá tópicos y lugares comunes como "Tocado con elegante sombrero de felpa", "La señora de Mendizábal estaba en la edad en que la mujer vuelve a Dios", "El jardinero, hombre receloso, pegó el ojo a la cerradura", "Se sirvieron apetitosas truchas", etcétera. Que el lector pueda encontrar frases de este tipo en la narrativa actual, incluso en aquella que pretende pasar por vanguardista, es otros de los dramas de la posvanguardia, que, sin la política, apenas puede imitar las "‘mass, consumerist and alienated' forms" de la literatura y de las otras formas de circulación social de las ficciones. Lo propio del vanguardismo es el rechazo y la negación de formas funcionalizadas y comercializadas; lo propio de la posvanguardia es la producción de narrativas aparentemente alternativas pero que en realidad hace tiempo que están en el centro del mercado literario; éste no es un drama de la posvanguardia, desde luego: es su condición de existencia.

Nota 10, Emar y Adán, fragmentación, velocidad: Al igual que en Un año, la obra de Emar se caracteriza por una enorme autoconciencia, que lleva al autor a utilizar y desechar géneros principalmente fragmentarios y autoconclusivos. Aquí la mera contemplación del mar o de un edificio de apartamentos adquiere las características de una auténtica revelación, y el narrador no es sólo aquel que asume la autoridad sobre el relato sino también, y sobre todo, quien posee la facultad de verlo todo "por encima", mediante una visión aérea que lo deshumaniza y resta entidad a los sujetos observados ("los deudos, que marchaban a ambos lados de ella [la carroza fúnebre], iban ahí como hormigas, como hormiguitas, como hormiguititas... titas", 31) y cuyo antecedente quizás pueda encontrarse en los adelantos tecnológicos de la época, como sostiene Katharina Niemeyer en su excelente Subway de los sueños, alucinamiento, libro abierto: La novela vanguardista hispanoamericana (Fráncfort del Meno y Madrid: Vervuert; Iberoamericana, 2004), en el que analiza las obras de Arqueles Vela, César Vallejo, Xavier Villaurrutia, Pablo Palacio, Macedonio Fernández y el propio Juan Emar, a quien Enrique Vila-Matas sitúa "en la brillante constelación marginal de los marginados de la literatura latinoamericana" (9-10). Lo mismo sucede en el caso de Adán, cuya mirada no se detiene en los detalles o toma la parte por el todo que desea describir, como si no tuviera tiempo para más: "hombres que no son sino sus pantalones vacíos", mujeres "que apenas son una mano postiza en la cartera de piel de asno. Frailes que apenas son una arruga de una sotana" (61). Al igual que la de muchos vanguardistas, la literatura de Adán es la del aceleramiento de la percepción asociado a las nuevas tecnologías de locomoción de comienzos del siglo XX; así, a la vida de Miss Annie Doll, personaje de La casa de cartón, "había que remontarla en trineo y en aeroplano, en automóvil y en transatlántico" (28). Es también una mirada desencantada con un estado de la cultura cuyo paroxismo parecía ser la Gran Guerra y que resultaría la Segunda Guerra Mundial, de la que Adán también sería contemporáneo; el resultado de la aparición de la guerra y la muerte en la vida de los vanguardistas fue un curioso vitalismo, que llevó a Martín Adán a ordenarse a sí mismo, en otro pasaje de la obra: "Di lo que se te ocurra, juguemos al psicoanálisis, persigamos viejas, hagamos chistes... Todo, menos morir" (70).

Nota 11, Adán: Martín Adán (1908) siguió al pie de la letra su propio consejo: tras publicar La casa de cartón con sólo veinte años escribió una tesis doctoral en 1938 y ocho libros de poesía entre 1939 y 1973 (entre ellos el importante Travesía de extramares, 1950) caracterizados por la radical novedad del lenguaje y la adopción de formas poéticas convencionales como el soneto y una fuerte impronta filosófica, antes de que el alcoholismo y la pobreza lo obligasen a internarse en un sanatorio a comienzos de la década de 1960. Allí murió en 1985, después de un silencio literario de doce años.

Nota 12, La charca: "La vida no es un río que corre: la vida es una charca que se corrompe", escribió Adán en La casa de cartón, y no es improbable que César Vallejo (1892-1938) pensase igual en su celda de la prisión de Trujillo unos años antes. Durante una breve visita a su localidad natal, en 1920, Vallejo se vio envuelto en unos disturbios que le acarrearon una condena a ciento veinte días de cárcel; el escritor hablaría de esa experiencia en su extraordinario Trilce (1922), pero antes utilizaría el encierro para escribir los relatos de Escalas melografiadas (1923)[iv], cuya primera sección reúne estampas carcelarias en una disposición que sigue la de los muros de una celda. Los otros relatos del libro pertenecen al género fantástico y guardan vínculos importantes con los de Las fuerzas extrañas (1906) del argentino Leopoldo Lugones, deudores a su vez de los de Edgar Allan Poe y otros autores de lo extraño y lo maravilloso. En el primero de ellos un hijo regresa para rendir los últimos honores a la madre muerta, a la que sin embargo encuentra viva; en otro, dos amantes platónicos se unen en la muerte. A lo largo de extensos pasajes de estos relatos, Vallejo es agotador, pero su estilo (notablemente más cercano a la prosa poética que a la narrativa convencional) casi siempre es magnético; a pesar de su verborrea, siempre hay algo que Vallejo no dice y que queda escamoteado, y eso es lo que contribuye al efecto de sus relatos. Dos de ellos, "Los caynas" y "Mirtho", están entre los mejores cuentos fantásticos escritos en América Latina, dentro y fuera de las vanguardias y en cualquier tiempo.

[i] Emar, Juan: Un año. Pról. Enrique Vila-Matas. Barcelona: Barataria, 2009.

[ii] Adán, Martín: La casa de cartón. Pról. Vicente Luis Mora. Barcelona: Barataria, 2009.

[iii] Palacio, Pablo: Un hombre muerto a puntapiés y relatos dispersos (1921-1930). Ed. Yanko Molina Rueda. Pról. Christopher Domínguez Michael. Madrid: Veintisiete Letras, 2010.

[iv] Vallejo, César: Escalas melografiadas por. Pról. Patricia de Souza. Barcelona: Barataria, 2010.

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[Próximo miércoles: Algunas notas para un ensayo futuro sobre la tradición de la ruptura y otra docena de cosas que nunca leerás en tu revista de modas favorita (y II)]

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