El camino a Soradan de Yoon Heung-gil
Guillermo Arroniz
«No puedo dejar que se pongan a cavar la tierra congelada con este invierno frío y ventoso. Aunque tenga que agarrarme de los testículos de un demonio, pienso aguantar como un animal hasta que llegue la primavera y el deshielo y puedan enterarme en tierra seca». Página 31.
«-En verdá que en aquella época había muchísimos locos y locas por todas partes. Claro, jué un tiempo en el que se producían tantas situaciones tristes, injustas e indignantes por todas partes que era imposible encontrar otra manera de seguir sobreviviendo más que volviéndose loco de remate». Página 71.
«Hacía tanto tiempo que llevaba el librillo allí, que sus bordes estaban gastados y deshilachados. No se sabía cuál era su contenido, pero seguro que no era nada decente. En la parte superior del librillo que sobresalía del bolsillo se veía escrito descaradamente el título en letras rojas sobre fondo blanco: Estamos ante una colección de relatos fuertemente ligados por un lugar y una situación, por unas características muy peculiares como lo son el estar contados por adultos que sufrieron durante su infancia una guerra civil, la que enfrentó al pueblo coreano y, supuestamente, a los sistemas capitalista y comunista. El planteamiento de la obra es impecable: una reunión de antiguos alumnos regresa al pueblo donde pasaron sus primeros años desde diferentes lugares del país, fundamentalmente Seúl. En el autobús que los lleva recuperan el acento de su región, que habían disimulado en la capital… Lo cual se ha traducido como si fuera un pueblo español del interior. Esto, sobre todo al comienzo, desconcierta, genera algunas sonrisas… pero finalmente se acaba comprendiendo como un elemento fundamental del hombre paisaje y de la recuperación de las raíces.
La noche de encuentro se convierte en un Cuentacuentos o en una sesión de memoria colectiva donde se comparten las historias que cada uno ha mantenido en lo más hondo de su corazón. Y todas beben de la infancia y de las circunstancias provocadas por la guerra: niños huérfanos, familias sin casas, hambre, peleas por representar en los juegos al bando llamado «nacional»… En este sentido hay ecos de lo que hemos escuchado de nuestros padres y/o abuelos y no pocos podrán entender la contradicción de la edad de la inocencia (por mucho que la crueldad de la edad temprana sea notable) y el mundo de la violencia que salta por los aires.
El estilo es directo, sencillo, pero poblado de esa fina poesía de los pueblos del lejano oriente. No hay juicios expresados directamente, más bien una serie de hechos que cada uno (el lector, claro) es libre de evaluar. No hay conductismo ni despotismo por parte del autor, sino un fino observador que nos cuenta sensibles historias para que las podamos casi contemplar con todo tipo de detalles. Hay una maestría genial en este conjunto unido de memorias, reales o inventadas pero veraces y completas. Hay un saber hacer que nos presenta los horrores de la guerra a través de los ojos de unos niños envejecidos o de unos adultos puerilizados… unos hombres incapaces de olvidar pero que han superado su pasado, en general. Y ahí es donde las historias cobran todo su protagonismo. Son preciosos en sí mismos, válidos en su individualidad, pero capaces de generar una atmósfera unificada, mutilada para ser alegre, aunque no para contar belleza y sensibilidad, porque los recuerdos son tristes, como lo es la crueldad del ser humano que se olvida de .que fue niño y nunca hubiera querido conocer de lo que es capaz cuando crece.
Libro para pensar y, a pesar de todo, para disfrutar con sus exquisitas formas, capaces de entender el mecanismo humano que cifra las esperanzas en el sonido de una campana… y n sólo cuando es niño.
«-En verdá que en aquella época había muchísimos locos y locas por todas partes. Claro, jué un tiempo en el que se producían tantas situaciones tristes, injustas e indignantes por todas partes que era imposible encontrar otra manera de seguir sobreviviendo más que volviéndose loco de remate». Página 71.
«Hacía tanto tiempo que llevaba el librillo allí, que sus bordes estaban gastados y deshilachados. No se sabía cuál era su contenido, pero seguro que no era nada decente. En la parte superior del librillo que sobresalía del bolsillo se veía escrito descaradamente el título en letras rojas sobre fondo blanco: Estamos ante una colección de relatos fuertemente ligados por un lugar y una situación, por unas características muy peculiares como lo son el estar contados por adultos que sufrieron durante su infancia una guerra civil, la que enfrentó al pueblo coreano y, supuestamente, a los sistemas capitalista y comunista. El planteamiento de la obra es impecable: una reunión de antiguos alumnos regresa al pueblo donde pasaron sus primeros años desde diferentes lugares del país, fundamentalmente Seúl. En el autobús que los lleva recuperan el acento de su región, que habían disimulado en la capital… Lo cual se ha traducido como si fuera un pueblo español del interior. Esto, sobre todo al comienzo, desconcierta, genera algunas sonrisas… pero finalmente se acaba comprendiendo como un elemento fundamental del hombre paisaje y de la recuperación de las raíces.
La noche de encuentro se convierte en un Cuentacuentos o en una sesión de memoria colectiva donde se comparten las historias que cada uno ha mantenido en lo más hondo de su corazón. Y todas beben de la infancia y de las circunstancias provocadas por la guerra: niños huérfanos, familias sin casas, hambre, peleas por representar en los juegos al bando llamado «nacional»… En este sentido hay ecos de lo que hemos escuchado de nuestros padres y/o abuelos y no pocos podrán entender la contradicción de la edad de la inocencia (por mucho que la crueldad de la edad temprana sea notable) y el mundo de la violencia que salta por los aires.
El estilo es directo, sencillo, pero poblado de esa fina poesía de los pueblos del lejano oriente. No hay juicios expresados directamente, más bien una serie de hechos que cada uno (el lector, claro) es libre de evaluar. No hay conductismo ni despotismo por parte del autor, sino un fino observador que nos cuenta sensibles historias para que las podamos casi contemplar con todo tipo de detalles. Hay una maestría genial en este conjunto unido de memorias, reales o inventadas pero veraces y completas. Hay un saber hacer que nos presenta los horrores de la guerra a través de los ojos de unos niños envejecidos o de unos adultos puerilizados… unos hombres incapaces de olvidar pero que han superado su pasado, en general. Y ahí es donde las historias cobran todo su protagonismo. Son preciosos en sí mismos, válidos en su individualidad, pero capaces de generar una atmósfera unificada, mutilada para ser alegre, aunque no para contar belleza y sensibilidad, porque los recuerdos son tristes, como lo es la crueldad del ser humano que se olvida de .que fue niño y nunca hubiera querido conocer de lo que es capaz cuando crece.
Libro para pensar y, a pesar de todo, para disfrutar con sus exquisitas formas, capaces de entender el mecanismo humano que cifra las esperanzas en el sonido de una campana… y n sólo cuando es niño.
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