Calidoscopio Panfleto Cultural
La metafísica de la ausencia
Por Anna Maria Iglesia Pagnotta
Escribió Macedonio Fernández en uno de sus muchos prólogos: “el anhelo que me animó en la construcción de mi novela fue crear un hogar, hacerla hogar para la no-existencia”, hogar que Macedonio construyó, también, en cada una de sus poesías, donde el “Todo-Ser” es substituido por el “Todo-Nada”.
¿Quién era Macedonio Fernández? “Un hombre que afirmaba la realidad única de la pasión por detrás de las apariencias y el yo”, un poeta que desvelaba la engañosa realidad volviéndola a velar, un poeta que negaba la realidad, la contingencia de un mundo donde el yo se ha ausentado. El mundo, para Macedonio, existe solamente por consentimiento de la conciencia, es el lugar ficticio donde el yo ya no está presente, es la vacía habitación mallarmeriana, donde el maestro ya no está. En Poema de poesía de Pensar, Macedonio define su poesía como el acto de aceptación, por parte de la conciencia, de la creación del acontecer, de la contingencia. La poesía como poesía de la conciencia, poesía del desengaño, donde lo contingente se revela ficción de una conciencia creadora; la poesía es “la transcripción de lo que pasa en la conciencia”, reflejo de un pensar desengañado, analítico, pero no utilitario: “es un pensar impráctico, una invención libre”.
Definida su poesía como metafísica, Macedonio ha sido definido como el “filósofo cesante”, como el único filósofo argentino del siglo veinte, pero ¿qué se entiende por filósofo? Jorge Luis Borges creía que el filósofo era aquel “versado en la historia de la filosofía” y afirmaba que este último había sido filósofo “porque anhelaba saber quiénes somos (...) y qué o quién es el universo”. Sin embargo, Macedonio nunca escribió ningún tratado, su filosofía se esconde entre los versos de su poesía, pues, como dice el propio Borges, Macedonio fue también poeta porque “sintió que la poesía es el procedimiento más fiel para transcribir la realidad”, una realidad que, sin embargo, nunca reflejó miméticamente, sino como creación ficcional de la conciencia.
El poeta-filósofo es aquel que construye con los versos una poesía del pensar, es aquel que “transmite de algún modo esos momentos concienciales”, haciendo de la poesía el lugar donde lo Dado es puesto en duda, donde el Mundo es rehusado y la pregunta sobre el Ser aparece desde la inevitable ausencia del yo. La pregunta sobre el yo representa la totalidad del interrogante metafísico, de ese interrogante que se cuestiona la existencia de un ser siempre ausente en un mundo presente como creación de la conciencia; la pregunta metafísica de Macedonio es la pregunta sobre una existencia inexistente, sobre la Nada presente en el vacío; la poesía de Macedonio es la pregunta sobre la conciencia, de un yo ausente, creadora de ficciones: “¿Por qué aceptó la Conciencia que la Luna apareciera y desapareciera por su inserción fija en series fenomenales mecánicas?”.
A partir de presupuestos histórico-filosóficos, la metafísica puede ser definida como aquella disciplina que se interroga sobre el ser, interrogante que hace necesaria la idea de una trascendencia que permita la contemplación del ser en su totalidad, por medio de la superación de las diferentes perspectivas particulares. Sin embargo, la metafísica macedoniana no es un estudio sobre aquello que se encuentra más allá del mundo sensible porque para Macedonio dicho mundo no existe sino como ficción, como creación consciente de la conciencia; su poesía es la experiencia de la desyoificación, del alma, el lugar donde el tiempo, el espacio, el yo y la materia se suspenden. ¿Es posible, entonces, seguir hablando de poesía metafísica en relación a la obra de Macedonio Fernández? ¿No sería más correcto hablar de una metafísica de la ausencia?
El filósofo francés Jacques Derrida deconstruye la metafísica de la presencia, para éste “no hay experiencia de presencia pura, sino solo cadenas de marcas diferenciales”. La poesía desyoica de Macedonio es la escritura desde la ausencia, son los trazos de un yo que ya no es, de un mundo que ya no está; los versos macedonianos son el reflejo de un fenómeno ficticio fruto de una conciencia ausente; los versos de Macedonio son los ecos de la voz de un poeta exiliado, “del poeta errante, el siempre extraviado” en esa Nada donde todo es ficticio.
La poesía macedoniana es la poesía voluntaria del pensamiento: “mi intento presente”, afirma Macedonio,“es una poemática del pensar especulativo”, es decir, un arte conciencial, el Belarte, que él mismo describe como “aquella obra de inteligencia que propaga no un tópico o faz de la conciencia, sino la conmoción de la certeza del ser de la conciencia en un todo y que para eso no se valga del raciocinio”. No hay más ser que el Ser de la conciencia, no hay realidad más allá de las ficciones de la conciencia, “en nuestra mente todo lo que eres, está/ pues nunca estuviste sino en nuestra mente”. Para Edmund Husserl el mundo se revela a partir de la conciencia, ésta, en efecto, se revela como apertura al mundo: “cobrar conciencia” significa “recobrar el mundo”. El mundo natural, sostiene el filósofo alemán, está para el sujeto como conjunto de objetos espacio-temporales, objetos de los cuales el propio sujeto forma parte; el mundo, por tanto, no es negado por Husserl, sino que es considerado a partir de la percepción del sujeto. Si para Husserl la conciencia recrea un mundo ya dado, para Macedonio la conciencia configura un mundo que no es dado previamente, éste es creado a partir de la conciencia como artificio, como ficción. La conciencia husserliana es, en definitiva, la conciencia que percibe las sombras de la caverna de Platón, la conciencia macedoniana, en cambio, las crea.
Para Macedonio, así como afirma Gómez de la Serna, “puede estar la verdad en todo lo contrario de lo que dicen o en la paradoja que proclaman”. La verdad se esconde tras los versos macedonianos, tras un “humor conceptual, sin dependencia de la realidad no literaria”. El humor de Macedonio es el humor que tuerce el estilo, el humor de Gatos y Tejas: “gatunos alaridos / llegaban resonando a mis oídos/ una noche en que el sueño / a mis ojos negaba / los blandos goces ¡ay! Que yo anhelaba / (...) determiné acallar la algarabía/ y armado de un garrote corpulento/ al tejado subí de mi aposento”. El humorismo macedoniano es el humorismo de la reflexión, aquel que esconde la seriedad, las lágrimas de ese sueño que niega los goces, las lágrimas de ese “joven héroe, que, / decidido al suicidio, se mantuvo penosamente en vida/ sacrificándose, sabiéndose ya muerto”. El humorismo de Macedonio Fernández es aquel que esconde una reflexión, aquel que, como escribe Gomez de la Serna, “no incurre en cómplices, sino que se entrega a lo que dice (...) sin buscar al otro”. Tanto Macedonio como Gómez de la Serna son el humorista “enlutado por dentro que hace sufrir la alegría”, pues el humorismo hace que la reflexiva emoción del poeta no se disuelva en la superficialidad de lo cómico. Macedonio desacredita la realidad a través del humorismo, torciendo los versos para descubrir aquella realidad escondida tras la lógica impuesta a un lenguaje amenazado por la nada exterior y por el vacío de las palabras; un desacreditamiento que es desvelado, también, por medio de la metáfora. En ella los estados de ánimo se condensan, los estados de la conciencia se revelan descubriendo la ausencia del Mundo real, revelando la ficcionalidad de todo acto de la conciencia. La metáfora revela la falacia de la totalidad, de una presencia siempre ausente; la metáfora es, para Macedonio, el recurso para poder decir lo indecible, poder conceptualizar lo inconceptuable, que solamente se da en la ensoñación.
Macedonio borra la débil línea que separa el sueño de la Realidad, corre el velo de Maya puesto por Schopenhauer, para así preguntarse dónde estuvo su conciencia mientras el sueño la invadía. En la epokhé del sueño, el Ser se da, la Verdad aparece; es el momento de la Siesta: “Constante oído rumor unido, quietud / y visión una hacen del Todo un ¡ah!, el elevarse de un ¡ah!”. Es la Siesta Evidencial, el momento del sin Rumbo”. El Ser aparece en el momento en que la conciencia se adormece, aparece como Ser, no como yo, sino como existencia continua, como almismo ayoico, “psique sin cuerpo”. En Muerte es Beldad, escribe Macedonio: “para la psique no hay el en, / no está en un cuerpo” y concluye, “ no nos duele / en la mano sino en el cerebro, y tampoco en el cerebro/ sino en un antes y un después de tal o cual otro estado psíquico; el estado sentido se sitúa temporalmente entre estados psíquicos”. En una temporalidad abolida, el existir es eterno, con la abolición del tiempo, el yo desaparece, ese “yo” no es más que un ausente, “el ausente de mí”; afirma Macedonio: “el que habla o el que escribe siempre produce una imposibilidad de designar un yo completo, pleno y existente al margen de lo que ocurre en un tiempo dado, actual”; el yo poético es un ser incompleto, el grafismo de una ausencia, el trazo que indica que lo único eterno es la existencia, un ser sin yo. No es posible, por tanto, hablar del yo de Macedonio, de la poesía como expresión de sentimientos, de los versos como expresión de la subjetividad del autor.
La voz ausente que resuena por entre los versos de Macedonio es la voz de Elena, secuestrada por la Muerte que, sin embargo, Nada es. En la existencia eterna: “yo niego la Muerte, no hay la Muerte aún, ocultación de un ser para otro, cuando para ellos hubo el todo amor”. Elena se haya oculta, escondida y, sin embargo, su voz sigue oyéndose, sigue hablando con ese yo, que es siempre otro; en la conversación infinita entre el yo y Elena, lo único que muere es la relación de la conciencia individual con el Mundo; la afección que crea el Mundo, que inventa cada una de sus imágenes, es suspendida en una Nada absoluta, en una Nada donde tan sólo resuenan los ecos de esas voces que no están. ¿Puede hablarse todavía de Macedonio como poeta metafísico? ¿No es, más bien, Macedonio un metafísico de la ausencia?
“No eres, Muerte (...) / Nada eres y/ no la Nada. Amor no te conoce poder y pensamiento/ no te conoce incógnita”; así empieza Otra Vez, el poema donde Macedonio trata de vencer a esa Muerte que él niega.. Simple ocultación momentánea, así es la Muerte, ausencia que intensifica la relación entre el yo y Elena en una vana esperanza de un reencuentro. Elena se ha vuelto invisible, “lo que no se puede dejar ver”y, sin embargo, es “lo incesante que se hace ver”. Ocultada tras la Muerte, Elena no deja de aparecer como huella de una presencia convertida en ausencia, como voz desde un más allá impenetrable, voz que se deja oir. El eco resuena entre los versos, el yo lo escucha, le contesta: “¡Oh! Elena, oh niña / por haber más amor ida / mi primer conocerte fue tardío”; conversación infinita que la muerte no interrumpe: “mostrar que allí/ ausencia o Sueño pero no muerte había; / que no busca un morir / almohada en otra muerte”. Macedonio niega la muerte y, sin embargo, como indica Ramón Gómez de la Serna, aún considerándola inexistente, “es lumbrarada de sus lucubraciones”.
La Vida es regida por la Muerte, pero ésta es vencida por el Amor, por aquel sentimiento que mantiene unidos al yo y a Elena desde la distancia de la ocultación. Es el Amor, sentimiento acrecentado por la ausencia, el que hace hablar a los seres distantes, alejados; Amor que, como la mirada de Orfeo, hace posible la poesía, hace oir los ecos de esas voces ausentes. La voz de Elena es la voz muda del epitafio de Wordsworth, las palabras mudas esculpidas en una piedra que, sin embargo, hablan; el epitafio, escribe el poeta inglés, “is open to the day; the sun looks down upon the stone, and the rains of heaven beat against it”. La conversación infinita movida por el Amor puede interrumpirse solamente con el olvido, éste es la auténtica noche, la otra noche que hace que la Muerte deje de ser ocultación, para devenir inevitable desaparición. “Hay un morir si de unos ojos/ se voltea la mirada de amor / y queda sólo el mirar de vivir”, hay un morir cuando Orfeo ya no se gira, cuando su mirada deja de dirigirse hacia ella, pues la ha olvidado.
Poesía que rechaza la Muerte, poesía que la niega como mera ocultación; poesía sobre la ausencia de Elena, la ausencia de la amada, oculta tras la Muerte, pero que sobrevive por el Amor, por el recuerdo que le permite hablar desde la distancia, desde ese más allá inaprehensible. Voces intercaladas de Elena y del yo en un tiempo atemporal, en un espacio inconcreto, ¿desde dónde hablan estos seres? ¿Quién se oculta tras esas máscaras vacías? La poesía de Macedonio se ha vuelto hacia la inconcreción, hacia la misma inconcreción de sus poesías programáticas, sus poemas son siempre composiciones impersonales, su autor, como el director de orquesta de Mallarmé, da la espalda al lector. Como los versos de T.S. Eliot, la poesía de Macedonio es la poesía donde “here and there does not matter / we must be still and still moving / into another intensity / for a further union, a deeper communion”. En la inconcreción de los versos, en la intemporalidad de sus verbos, en la ausencia del yo y la ocultación de Elena, a través de las voces que, sin romper el silencio de la Nada, se dejan escuchar, la poesía de Macedonio Fernández puede ser definida como la poesía metafísica de la ausencia. La poesia de la Nada de Mallarmé, la escritura diferida de Derrida, la escritura como ausencia de Blanchot componen involuntariamente la poética macedoniana, una poética que, como los innumerables prólogos del Museo de la novela de la Eterna, hace de la poesía un incesante susurro de voces anónimas en una temporalidad sin origen ni final; como diría T. S. Eliot, la poesía de Macedonio Fernández es aquella que dice: “in my end is my beginning”. La voz de Elena todavía resuena entre los versos.
¿Quién era Macedonio Fernández? “Un hombre que afirmaba la realidad única de la pasión por detrás de las apariencias y el yo”, un poeta que desvelaba la engañosa realidad volviéndola a velar, un poeta que negaba la realidad, la contingencia de un mundo donde el yo se ha ausentado. El mundo, para Macedonio, existe solamente por consentimiento de la conciencia, es el lugar ficticio donde el yo ya no está presente, es la vacía habitación mallarmeriana, donde el maestro ya no está. En Poema de poesía de Pensar, Macedonio define su poesía como el acto de aceptación, por parte de la conciencia, de la creación del acontecer, de la contingencia. La poesía como poesía de la conciencia, poesía del desengaño, donde lo contingente se revela ficción de una conciencia creadora; la poesía es “la transcripción de lo que pasa en la conciencia”, reflejo de un pensar desengañado, analítico, pero no utilitario: “es un pensar impráctico, una invención libre”.
Definida su poesía como metafísica, Macedonio ha sido definido como el “filósofo cesante”, como el único filósofo argentino del siglo veinte, pero ¿qué se entiende por filósofo? Jorge Luis Borges creía que el filósofo era aquel “versado en la historia de la filosofía” y afirmaba que este último había sido filósofo “porque anhelaba saber quiénes somos (...) y qué o quién es el universo”. Sin embargo, Macedonio nunca escribió ningún tratado, su filosofía se esconde entre los versos de su poesía, pues, como dice el propio Borges, Macedonio fue también poeta porque “sintió que la poesía es el procedimiento más fiel para transcribir la realidad”, una realidad que, sin embargo, nunca reflejó miméticamente, sino como creación ficcional de la conciencia.
El poeta-filósofo es aquel que construye con los versos una poesía del pensar, es aquel que “transmite de algún modo esos momentos concienciales”, haciendo de la poesía el lugar donde lo Dado es puesto en duda, donde el Mundo es rehusado y la pregunta sobre el Ser aparece desde la inevitable ausencia del yo. La pregunta sobre el yo representa la totalidad del interrogante metafísico, de ese interrogante que se cuestiona la existencia de un ser siempre ausente en un mundo presente como creación de la conciencia; la pregunta metafísica de Macedonio es la pregunta sobre una existencia inexistente, sobre la Nada presente en el vacío; la poesía de Macedonio es la pregunta sobre la conciencia, de un yo ausente, creadora de ficciones: “¿Por qué aceptó la Conciencia que la Luna apareciera y desapareciera por su inserción fija en series fenomenales mecánicas?”.
A partir de presupuestos histórico-filosóficos, la metafísica puede ser definida como aquella disciplina que se interroga sobre el ser, interrogante que hace necesaria la idea de una trascendencia que permita la contemplación del ser en su totalidad, por medio de la superación de las diferentes perspectivas particulares. Sin embargo, la metafísica macedoniana no es un estudio sobre aquello que se encuentra más allá del mundo sensible porque para Macedonio dicho mundo no existe sino como ficción, como creación consciente de la conciencia; su poesía es la experiencia de la desyoificación, del alma, el lugar donde el tiempo, el espacio, el yo y la materia se suspenden. ¿Es posible, entonces, seguir hablando de poesía metafísica en relación a la obra de Macedonio Fernández? ¿No sería más correcto hablar de una metafísica de la ausencia?
El filósofo francés Jacques Derrida deconstruye la metafísica de la presencia, para éste “no hay experiencia de presencia pura, sino solo cadenas de marcas diferenciales”. La poesía desyoica de Macedonio es la escritura desde la ausencia, son los trazos de un yo que ya no es, de un mundo que ya no está; los versos macedonianos son el reflejo de un fenómeno ficticio fruto de una conciencia ausente; los versos de Macedonio son los ecos de la voz de un poeta exiliado, “del poeta errante, el siempre extraviado” en esa Nada donde todo es ficticio.
La poesía macedoniana es la poesía voluntaria del pensamiento: “mi intento presente”, afirma Macedonio,“es una poemática del pensar especulativo”, es decir, un arte conciencial, el Belarte, que él mismo describe como “aquella obra de inteligencia que propaga no un tópico o faz de la conciencia, sino la conmoción de la certeza del ser de la conciencia en un todo y que para eso no se valga del raciocinio”. No hay más ser que el Ser de la conciencia, no hay realidad más allá de las ficciones de la conciencia, “en nuestra mente todo lo que eres, está/ pues nunca estuviste sino en nuestra mente”. Para Edmund Husserl el mundo se revela a partir de la conciencia, ésta, en efecto, se revela como apertura al mundo: “cobrar conciencia” significa “recobrar el mundo”. El mundo natural, sostiene el filósofo alemán, está para el sujeto como conjunto de objetos espacio-temporales, objetos de los cuales el propio sujeto forma parte; el mundo, por tanto, no es negado por Husserl, sino que es considerado a partir de la percepción del sujeto. Si para Husserl la conciencia recrea un mundo ya dado, para Macedonio la conciencia configura un mundo que no es dado previamente, éste es creado a partir de la conciencia como artificio, como ficción. La conciencia husserliana es, en definitiva, la conciencia que percibe las sombras de la caverna de Platón, la conciencia macedoniana, en cambio, las crea.
Para Macedonio, así como afirma Gómez de la Serna, “puede estar la verdad en todo lo contrario de lo que dicen o en la paradoja que proclaman”. La verdad se esconde tras los versos macedonianos, tras un “humor conceptual, sin dependencia de la realidad no literaria”. El humor de Macedonio es el humor que tuerce el estilo, el humor de Gatos y Tejas: “gatunos alaridos / llegaban resonando a mis oídos/ una noche en que el sueño / a mis ojos negaba / los blandos goces ¡ay! Que yo anhelaba / (...) determiné acallar la algarabía/ y armado de un garrote corpulento/ al tejado subí de mi aposento”. El humorismo macedoniano es el humorismo de la reflexión, aquel que esconde la seriedad, las lágrimas de ese sueño que niega los goces, las lágrimas de ese “joven héroe, que, / decidido al suicidio, se mantuvo penosamente en vida/ sacrificándose, sabiéndose ya muerto”. El humorismo de Macedonio Fernández es aquel que esconde una reflexión, aquel que, como escribe Gomez de la Serna, “no incurre en cómplices, sino que se entrega a lo que dice (...) sin buscar al otro”. Tanto Macedonio como Gómez de la Serna son el humorista “enlutado por dentro que hace sufrir la alegría”, pues el humorismo hace que la reflexiva emoción del poeta no se disuelva en la superficialidad de lo cómico. Macedonio desacredita la realidad a través del humorismo, torciendo los versos para descubrir aquella realidad escondida tras la lógica impuesta a un lenguaje amenazado por la nada exterior y por el vacío de las palabras; un desacreditamiento que es desvelado, también, por medio de la metáfora. En ella los estados de ánimo se condensan, los estados de la conciencia se revelan descubriendo la ausencia del Mundo real, revelando la ficcionalidad de todo acto de la conciencia. La metáfora revela la falacia de la totalidad, de una presencia siempre ausente; la metáfora es, para Macedonio, el recurso para poder decir lo indecible, poder conceptualizar lo inconceptuable, que solamente se da en la ensoñación.
Macedonio borra la débil línea que separa el sueño de la Realidad, corre el velo de Maya puesto por Schopenhauer, para así preguntarse dónde estuvo su conciencia mientras el sueño la invadía. En la epokhé del sueño, el Ser se da, la Verdad aparece; es el momento de la Siesta: “Constante oído rumor unido, quietud / y visión una hacen del Todo un ¡ah!, el elevarse de un ¡ah!”. Es la Siesta Evidencial, el momento del sin Rumbo”. El Ser aparece en el momento en que la conciencia se adormece, aparece como Ser, no como yo, sino como existencia continua, como almismo ayoico, “psique sin cuerpo”. En Muerte es Beldad, escribe Macedonio: “para la psique no hay el en, / no está en un cuerpo” y concluye, “ no nos duele / en la mano sino en el cerebro, y tampoco en el cerebro/ sino en un antes y un después de tal o cual otro estado psíquico; el estado sentido se sitúa temporalmente entre estados psíquicos”. En una temporalidad abolida, el existir es eterno, con la abolición del tiempo, el yo desaparece, ese “yo” no es más que un ausente, “el ausente de mí”; afirma Macedonio: “el que habla o el que escribe siempre produce una imposibilidad de designar un yo completo, pleno y existente al margen de lo que ocurre en un tiempo dado, actual”; el yo poético es un ser incompleto, el grafismo de una ausencia, el trazo que indica que lo único eterno es la existencia, un ser sin yo. No es posible, por tanto, hablar del yo de Macedonio, de la poesía como expresión de sentimientos, de los versos como expresión de la subjetividad del autor.
La voz ausente que resuena por entre los versos de Macedonio es la voz de Elena, secuestrada por la Muerte que, sin embargo, Nada es. En la existencia eterna: “yo niego la Muerte, no hay la Muerte aún, ocultación de un ser para otro, cuando para ellos hubo el todo amor”. Elena se haya oculta, escondida y, sin embargo, su voz sigue oyéndose, sigue hablando con ese yo, que es siempre otro; en la conversación infinita entre el yo y Elena, lo único que muere es la relación de la conciencia individual con el Mundo; la afección que crea el Mundo, que inventa cada una de sus imágenes, es suspendida en una Nada absoluta, en una Nada donde tan sólo resuenan los ecos de esas voces que no están. ¿Puede hablarse todavía de Macedonio como poeta metafísico? ¿No es, más bien, Macedonio un metafísico de la ausencia?
“No eres, Muerte (...) / Nada eres y/ no la Nada. Amor no te conoce poder y pensamiento/ no te conoce incógnita”; así empieza Otra Vez, el poema donde Macedonio trata de vencer a esa Muerte que él niega.. Simple ocultación momentánea, así es la Muerte, ausencia que intensifica la relación entre el yo y Elena en una vana esperanza de un reencuentro. Elena se ha vuelto invisible, “lo que no se puede dejar ver”y, sin embargo, es “lo incesante que se hace ver”. Ocultada tras la Muerte, Elena no deja de aparecer como huella de una presencia convertida en ausencia, como voz desde un más allá impenetrable, voz que se deja oir. El eco resuena entre los versos, el yo lo escucha, le contesta: “¡Oh! Elena, oh niña / por haber más amor ida / mi primer conocerte fue tardío”; conversación infinita que la muerte no interrumpe: “mostrar que allí/ ausencia o Sueño pero no muerte había; / que no busca un morir / almohada en otra muerte”. Macedonio niega la muerte y, sin embargo, como indica Ramón Gómez de la Serna, aún considerándola inexistente, “es lumbrarada de sus lucubraciones”.
La Vida es regida por la Muerte, pero ésta es vencida por el Amor, por aquel sentimiento que mantiene unidos al yo y a Elena desde la distancia de la ocultación. Es el Amor, sentimiento acrecentado por la ausencia, el que hace hablar a los seres distantes, alejados; Amor que, como la mirada de Orfeo, hace posible la poesía, hace oir los ecos de esas voces ausentes. La voz de Elena es la voz muda del epitafio de Wordsworth, las palabras mudas esculpidas en una piedra que, sin embargo, hablan; el epitafio, escribe el poeta inglés, “is open to the day; the sun looks down upon the stone, and the rains of heaven beat against it”. La conversación infinita movida por el Amor puede interrumpirse solamente con el olvido, éste es la auténtica noche, la otra noche que hace que la Muerte deje de ser ocultación, para devenir inevitable desaparición. “Hay un morir si de unos ojos/ se voltea la mirada de amor / y queda sólo el mirar de vivir”, hay un morir cuando Orfeo ya no se gira, cuando su mirada deja de dirigirse hacia ella, pues la ha olvidado.
Poesía que rechaza la Muerte, poesía que la niega como mera ocultación; poesía sobre la ausencia de Elena, la ausencia de la amada, oculta tras la Muerte, pero que sobrevive por el Amor, por el recuerdo que le permite hablar desde la distancia, desde ese más allá inaprehensible. Voces intercaladas de Elena y del yo en un tiempo atemporal, en un espacio inconcreto, ¿desde dónde hablan estos seres? ¿Quién se oculta tras esas máscaras vacías? La poesía de Macedonio se ha vuelto hacia la inconcreción, hacia la misma inconcreción de sus poesías programáticas, sus poemas son siempre composiciones impersonales, su autor, como el director de orquesta de Mallarmé, da la espalda al lector. Como los versos de T.S. Eliot, la poesía de Macedonio es la poesía donde “here and there does not matter / we must be still and still moving / into another intensity / for a further union, a deeper communion”. En la inconcreción de los versos, en la intemporalidad de sus verbos, en la ausencia del yo y la ocultación de Elena, a través de las voces que, sin romper el silencio de la Nada, se dejan escuchar, la poesía de Macedonio Fernández puede ser definida como la poesía metafísica de la ausencia. La poesia de la Nada de Mallarmé, la escritura diferida de Derrida, la escritura como ausencia de Blanchot componen involuntariamente la poética macedoniana, una poética que, como los innumerables prólogos del Museo de la novela de la Eterna, hace de la poesía un incesante susurro de voces anónimas en una temporalidad sin origen ni final; como diría T. S. Eliot, la poesía de Macedonio Fernández es aquella que dice: “in my end is my beginning”. La voz de Elena todavía resuena entre los versos.
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