El impulsor de la Bienal de Flamenco publica 'Alegato contra la pureza'
Lo de José Luis Ortiz Nuevo son muchas cosas. Poeta, escritor, actor, director de escena... pero, sobre todo, flamenco. Así, a compás, vive este hombre que nació en Archidona (Málaga) en 1948 y que en 1980 se inventó la que hoy es la cita más importante para el género: la Bienal de Flamenco de Sevilla. La palabra flamencólogo nunca le ha gustado. Ortiz Nuevo, sevillano de adopción, acaba de publicar Alegato contra la pureza (Ediciones Barataria), una "retahíla caótica lírico-corrosiva, como el lenguaje que se usaba en los periódicos del siglo XIX", precisa.
El libro es una reedición del Alegato, tal como se publicó en 1996 por PM Editores (Barcelona), a la que se suman tres apéndices. "El primero es una autocrítica al texto original que tiene 150 puntos. He preferido hacerlo así, antes que retocar la obra de 1996 porque le tengo un respeto a ese trabajo y a la gente, pocos, que son sus fervorosos seguidores". El escritor estuvo al frente de la Bienal hasta 1996, con la excepción de la edición de 1986.
En el apéndice dos reúne, entre otros escritos, los artículos que ha publicado en prensa -muchos de ellos en EL PAÍS- desde 1996; mientras que la última parte está dedicada al expediente que escribió para la candidatura del flamenco ante la Unesco como Patrimonio Oral de la Humanidad. "Había que definir a la criatura y de este trabajo han salido textos que constituyen mi pensamiento actual sobre el flamenco".
La obra, la número 17 desde que en 1975 publicó sus famosas memorias de Pericón de Cádiz y de Pepe el de la Matrona, es "una invitación a la duda, a la reflexión y al debate sereno". "¿Cómo en un arte completamente mestizo es un valor la pureza?", se pregunta el escritor.
"En esta tierra, vino a la memoria de los seres humanos el flamenco. Se fraguó lentamente, por los pasos del tiempo, recibiendo influencias y caracteres de lo uno y lo distinto; crótalos griegos, nubas andalusíes y jarchas mozárabes; cantos gregorianos, romances de Castilla y lamentos hebraicos; el son de la negritud y el acento gitano... Raíces profundas que al fin fructificaban de forma perdurable cuando alumbraron, mediado el siglo XIX, a la criatura que hoy reconocemos por el nombre de flamenco", escribe Ortiz Nuevo en su Introducción precisa.
El "inmovilismo" del género -aquellos que defienden la pureza del flamenco y ponen el grito en el cielo ante cualquier cambio- Ortiz Nuevo lo achaca a los observadores de este arte que "padecen la monomanía de mirar siempre hacia atrás y de impedir la dimensión de lo futuro".
"En cuanto a los artistas, la mayoría no comparten ese deseo de pureza. Sin embargo, algunos de los que son intérpretes y no tienen la capacidad de crear -gente tan grande como lo fue Camarón, quien aportó su genialidad asombrosa pero sólo como cantaor- se convencen de que la invención es mala o falsa", asegura.
"El flamenco, en cada momento, es lo que decide el tiempo, los artistas y la afición. Como la arquitectura, la música, el cine o el teatro es un arte sometido a los códigos de su propia naturaleza; pero siempre abierto al talento de los que puedan decir algo que aún no está dicho", concluye Ortiz Nuevo, a quien nunca le abandona el compás.
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