Guillermo Arroniz
18/08/2011
Páginas 10 y 11.
“La mula, rapada de medio cuerpo, sacudía con su cabeza empenachada todo un carillón de campanillas y cascabeles. El guardicionero que había confeccionado el arnés se había entregado a un derroche increíble de pasamanerías, pespuntes, pompones, borlas y pendengues de todos los colores. De lejos, sin las largas orejas que salín de aquel brillantes follaje, se habría podido confundir aquella cabeza de mula así aparejada por un ramillete de flores ambulante”.
Páginas 20 y 21.
“Algunas candelitas hacían titilar sus luces amarillentas ante una imagen ahumada de la Virgen suspendida de la pared, porque, como toda la gente que se expone por su profesión a peligros mortales, los toreros son devotos o cuando menos supersticiosos”.
Página 25.
“Reinaba el silencio, porque la entrada en la plaza siempre es un momento algo solemne que al más despreocupado pone pensativo”.
Página 29.
“[...]comenzaría a bailar con ligereza y una expresividad admirables una de esas viejas danzas españolas en las que Arabia ha dejado su languidez ardiente y la pasión de su misterio [...]“.
Página 47.
“Las mujeres, como los poetas, se aprecian en su justo valor y reconocen su verdadera fuerza”.
Página 134.
La reedición de clásicos más allá del par de centenares que se repiten continuamente (de El Quijote a Romeo y Julieta), es un acierto, una apuesta por el futuro, aunque provenga del pasado. Porque si se pierden las raíces de nuestra cultura no habrá futuro sino indefinición y falta de Norte tanto como de arraigo.
Pero, quién lo duda, es también una apuesta arriesgada. Una de esas labores que alguien debería hacer pero que puede salir personal y empresarialmente cara. Por eso se agradece doblemente que existan editoriales que asuman esta gran labor.
Teophile Gautier fue un francés viajero, con una gran tendencia hacia lo plástico (quiso ser originariamente pintor), con una capacidad de síntesis para la descripción inaudita, y un gran amor por lo español como puede comprenderse por el presente libro en el que rechaza las costumbres e innovaciones importadas y mal asumidas por los peninsulares para ponerse del lado de los majos y las majas, las mantillas, los toros y los rincones con sabor árabe como Granada, aunque tradicionalmente esta última “admiración” se suela vincular más a los autores británicos o autores angloparlantes.
Como prueba de ese alma sensible a la pintura y las imágenes valgan dos o tres fragmentos donde se citan grandes autores como Goya o Rembrandt:
“Si un pintor hubiese visto pasar por las calles a aquel robusto jinete presionando entre sus piernas a aquel gran caballo negro [...] habría pintado una figura de efecto impresionante. [...] Pero los pintores estaban acostados”.
Página 102.
“Aquel sereno de marcadas facciones, de fisonomía ruda pero bondadosa; aquella muchacha de una blancura de cirio, y cuyas negras cejas hacían resaltar más profundamente aún su mortal palidez; aquel cuerpo inanimado, cuya cabeza descansaba en las rodillas de la joven, ofrecían un grupo capaz de tentar al pincel de Rembrandt”.
Página 78.
Barataria decide además hacer una apuesta doblemente arriesgada al traer nuevamente a la vida un texto donde se elogia lo español (hoy tan depauperado), las raíces y costumbres antiguas, y por supuesto los toros. ¡Los toros, espectáculo perseguido hoy por su crueldad a pesar de haber rebajado mucho la violencia y haberse refinado casi hasta lo infinito! Greenpeace y las defensoras de los derechos de los animales se llevarían las manos a la cabeza. Pero como puede verse, el debate no es nuevo:
“El pobre Andrés bajó la cabeza, porque había leído, como los demás españoles, los estúpidos discursos filantrópicos que los aprensivos y las almas apocadas han lanzado contra las corridas de toros, uno de los más nobles entretenimientos que haya podido el hombre contemplar”.
Página 15.
Desde luego es innegable que la enjoyada prosa del francés toma fuerza y sangre, brilla con admiración y palpita, vive, cuando describe las suertes, al torero y su valor, y la adhesión con que el pueblo experimentaba la fiesta.
Aunque también es preciso aclarar que, si bien la prosa, como decía antes, es enjoyada, no con esto quiero decir que sea lenta o excesivamente descriptiva, de hecho él se medio burla de autores como Balzac por esa tendencia a extenderse tanto. Pero, claro, en comparación con la prosa desnuda, casi esquelética, enflaquecida, minimalista de tantos autores contemporáneos que han renunciado al adjetivo y a todo adorno, su observación de pasamanerías, brocados, lentejuelas y materiales, por ejemplo, resulta poética, brillante, y preciosa como una fíbula en una caja de pedazos de acero inoxidable.
La historia nos muestra a un autor muy capaz de la tragicomedia, capaz de ver con humor e ironía la realidad doliente de la vida, de convertir en asunto gracioso la –torpe- investigación policial de un navajazo que es, en sí, un intento de homicidio. Dos parejas de españoles que representan la tradición y la modernidad traída de Inglaterra, Francia y Alemania resultan no ser tan compatibles como hubiera podido pensarse. En la pareja acomodada el hombre se siente majo, amante de los toros, sencillo; ella solo piensa en dúos de Bellini, telas traídas de la pérfida Albión y apariencias. En la pareja del pueblo, la maja no se siente enamorada del torero pero encarna a la perfección la belleza y la honestidad de espíritu de la mujer virtuosa; y el torero la persigue presa de los celos, unos celos telúricos, brutales, sangrientos, posesivos y destructivos hasta sus últimas consecuencias.
¿El desenlace? El placer del lector que lo descubra.
Deliciosa obra para amantes de la literatura del XIX, para amantes de la literatura francesa, para amantes de las costumbres españolas y, en general, para los amantes de la Literatura con mayúscula.
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